Papa Francisco: “No soy comunista como dicen algunos”

El Sumó Pontífice criticó a “los flautistas que encantan a la gente y la terminan ahogando”, y aseguró que “la guerra es la gran enemiga del diálogo universal que necesitamos”. Sus reflexiones sobre el rol de la juventud; el empleo y los trabajadores; y la falta de capacidad para gestionar las crisis.

Sociedad 17 de octubre de 2023
IMG_7800

Son días ajetreados en el Vaticano, como casi todos los de los últimos diez años de un papado que despertó estructuras para ponerlas a caminar al ritmo que exigen estos tiempos. Sus respuestas e iniciativas no sólo contemplan la complejidad de un mundo en movimiento, sino también las acciones necesarias para superar una crisis civilizatoria que permita mejorar el presente y construir otro futuro.

En el Sínodo que transcurre en estos días - un ámbito de escucha y reflexión al interior de la Iglesia- Francisco apela “a la mirada de Jesús que bendice y acoge para no caer en algunas tentaciones: ser una Iglesia rígida, que se acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; la de ser una Iglesia tibia, que se rinde ante las modas del mundo; la de ser una Iglesia cansada, replegada en sí misma”.

Santa Marta es el escenario de una charla en la que desgrana alertas, salidas, reflexiones, desde su mirada universal, contenedora, transformadora.

Al promediar el encuentro, Francisco señaló: “Creo que el diálogo no puede ser solo nacionalista, es universal, sobre todo hoy día con todas las facilidades que hay para comunicarse. Por eso hablo de diálogo universal, de armonía universal, de encuentro universal. Y claro, el enemigo de esto es la guerra. Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial hasta ahora hubo guerras en todos lados. Fue lo que me llevó a decir que estamos viviendo una guerra mundial a pedacitos”.

Sus palabras deberían interpelar aún con más fuerza la conciencia planetaria por estas horas. Desde la mañana del sábado 7 de octubre en que la violencia entre Israel y Palestina escaló de manera inusitada.

El domingo 8, al final de la oración del Ángelus, habló su dolor por el recrudecimiento de la guerra que enluta Tierra Santa: “Expreso mi cercanía a las familias de las víctimas, rezo por ellas y por todos los que están viviendo horas de terror y angustia. ¡Que los ataques y las armas se detengan, por favor!, y se comprenda que el terrorismo y la guerra no conducen a ninguna solución, sino sólo a la muerte y al sufrimiento de tantos inocentes”.

Tan sólo 72 horas después, en la audiencia semanal del miércoles 11, redobló su exhortación por la paz: “El terrorismo y los extremismos no contribuyen a lograr una solución al conflicto entre israelíes y palestinos, sino que alimentan el odio, la violencia y la venganza, y hacen sufrir a unos y otros”.

“Las guerras son siempre una derrota”, insistió el Papa peregrino en aquella tarde de finales de septiembre en Santa Marta, a sus 86 años, en la que el entusiasmo iluminó su rostro cuando apuntó cuáles son los destinos previstos a lo largo del mundo en su agenda de pastor incansable, para caminar una vez más, juntos, por un futuro de esperanza.

‒Francisco, ¿le quedan aún viajes importantes?

‒Bueno sí, Argentina.

‒Claro.

‒Me gustaría ir… Hablando de los más lejos, me queda Papúa Nueva Guinea. Pero alguno me decía que, ya que voy a Argentina, haga escala en Río Gallegos, después el Polo Sur, aterrizar el Melbourne y visite Nueva Zelanda y Australia. Sería un poco largo.

‒¿Cómo planea sus viajes? ¿Cómo elige sus destinos?

‒Llegan muchas invitaciones, hay todo un elenco de posibles viajes y algunos se imponen por sí mismos, por ejemplo, el de Mongolia. Otros son más planeados, dentro de Europa, como el viaje a Hungría. Depende de cada caso. Siempre hay una invitación y después está la intuición del momento. No es algo automático, cada decisión es original, única.

‒En sus visitas suelen mostrar propósitos, grandes temas a remarcar y mucha cercanía con los pueblos, coherente con su idea de que las transformaciones requieren del compromiso de los más poderosos, pero también de las individualidades. Cuando vemos fuerzas de ultraderecha que se expanden, cierta frustración o decepción ante a la política o un voto que las expresa, ¿cree que estas crisis son momentáneas o perdurables? ¿Qué se puede hacer para revertirlas?

‒La palabra crisis me gusta porque tiene movimiento interno. Pero de una crisis se sale para arriba, no se sale con enjuagues. Se sale para arriba y no se sale solo. Los que quieren salir solos convierten ese camino de salida en un laberinto, que siempre da vueltas y vueltas. La crisis es laberíntica. Además, las crisis hacen crecer: cuando está en crisis una persona, una familia, un país o una civilización. Porque si la resuelven bien, se creció. Me preocupa cuando los problemas se encierran hacia adentro y no pueden salir. Una de las cosas que tenemos que enseñarles a los chicos y a las chicas es a manejar las crisis. A resolver las crisis. Porque eso da madurez. Todos fuimos jóvenes sin experiencia y a veces los chicos y las chicas se aferran a milagros, a mesías, a que las cosas se resuelven de manera mesiánica. El Mesías es uno solo que nos salvó a todos. Los demás son todos payasos de mesianismo. Ninguno puede prometer la resolución de conflictos, si no es a través de las crisis saliendo hacia arriba. Y no solo. Pensemos cualquier tipo de crisis política, en un país que no sabe qué hacer, en Europa hay varios… ¿Qué se hace? ¿Buscamos un mesías que venga a salvarnos de afuera? No. Busquemos dónde está el conflicto, agarrémoslo y resolvámoslo. Manejar los conflictos es una sabiduría. Pero sin conflictos no se va para adelante.

‒¿Qué le está faltando a la humanidad y qué le está sobrando?

‒A la humanidad le faltan protagonistas de humanidad, que hagan ver su protagonismo humano. A veces noto que falta esa capacidad de gestionar las crisis y de hacer aflorar la propia cultura. No tengamos miedo a que salgan los verdaderos valores de un país. Las crisis son como voces que nos señalan dónde hay que proceder. En cambio, los problemas que a veces están un poco tapados o guardados, son como el flautista de Hamelin, que tocan la flauta, vos crees que todo es flauta, vas allá y todos se ahoga. Yo le tengo mucho miedo a los flautistas de Hamelin porque son encantadores. Si fueran de serpientes los dejaría, pero son encantadores de gente… y las terminan ahogando. Gente que se cree que de la crisis se sale bailando al son de la flauta, con redentores hechos de un día para el otro. No. La crisis debe ser asumida y superada, pero siempre hacia arriba.

‒¿Y nos sobra individualismo? ¿Indiferencia?

‒Yo le tengo más miedo a la indiferencia, porque es una especie de abulia cultural. Que pase esto, que pase aquello, mientras el flautista sigue tocando y los pueblos, ahogándose. Las grandes dictaduras nacen de una flauta, de una ilusión, de un encanto del momento. Y después decimos “qué lástima, nos ahogamos todos”. Reitero, me gusta esta imagen del flautista de Hamelin.

‒¿Cuál es el riesgo de estas identidades únicas o pensamientos únicos?

‒Que anula la riqueza humana. El pensamiento único destierra la riqueza humana. Y la riqueza humana tiene que contemplar tres realidades, tres lenguajes: de la cabeza, del corazón y de las manos. De tal manera que uno piense lo que sienta y lo que hace, sienta lo que piensa y lo que hace y haga lo que piensa y sienta. Esa es la armonía humana. Si a uno le falta alguno de estos tres lenguajes, hay un desequilibrio tal que lo lleva al sentimiento único, al pragmatismo único o al pensamiento único. Son traiciones a la humanidad.

‒La austeridad es una práctica habitual en su vida. Es una convicción, ¿y también un mensaje?

‒Bueno, la austeridad en sí misma no existe. Existen hombres y mujeres austeros. ¿Y qué es eso? Alguien que vive de su trabajo, que tiene una cultura y la sabe expresar, y que sabe caminar adelante contagiando austeridad. En la cultura de lo fácil, de la coima y de tantos escapismos, es muy difícil hablar de austeridad. La austeridad se enseña con el trabajo. El austero no vive de arriba. Lo que unge a una persona de austeridad es su trabajo, su compromiso, su ganarse el pan con el sudor de su frente, así sea un sudor material o intelectual. Es importante concebir el trabajo como algo inherente a la persona humana. La vagancia es una enfermedad social. Incluso están los vagos ricos, los que viven a costilla de los demás sin pensar en un bienestar común. La pereza y la vagancia son muy traicioneras porque alimenta toda esta viveza de aprovechar para mí, a costilla de los demás. Por eso, una persona que trabaja, trabaje donde trabaje, asume dignidad. Un problema es la falta de dignidad cuando se va imponiendo la cultura del derroche, del pasarla bien, de la explotación y de no trabajar. Ahí pierde dignidad la persona. Una persona es digna si se gana su pan y cuida de la gente.

Te puede interesar
Lo más visto