El ruido

El País 13 de agosto de 2024
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La pandemia es esa etapa a la que nadie quiere volver. Habrá libros tristes sobre los efectos en la salud mental, relatos de vivos que no despidieron muertos, mártires de la ciencia,  pero ya parece lejana. Será porque la interpretamos o pretendimos hacerlo, en vivo.

El pecado argentino: enamorarse del instrumento. La cuarentena eterna. Aplauso a los médicos, conferencia el viernes, escuelas cerradas, vivir de la emisión. Ese aislamiento igualitario engendró una desigualdad. Pero no hubo fin del mundo, ni salimos mejores, y el viaje de cuatro años fue del  Estado te cuida a la casta tiene miedo.

Alberto fue una época a la que nadie quiere volver. Pero, si no queríamos volver a Alberto, quería volver a nosotros. A recordarnos que fue presidente. Durante su gobierno se coronaron los cuarenta años de democracia. Su primer año de mandato consistió en meter a todos adentro, vaciar las calles, las escuelas, las plazas, los negocios, las empresas. 

Ningún presidente tuvo más poder y quedó con menos poder. Cuando la sociedad dijo basta, terminó la cuarentena y su mandato.

Los negocios del sector público a los que casi nadie le hizo asco , parece que ese sí fue su acuerdo. Noticias que ya no lee nadie de una deriva judicial con algún pico de rating, un trending topic que se apag, de todo se vuelve.

Pero el ruido de lo que se rompió estos días, más allá del eco de las operaciones, es el ruido a algo más. De eso que no se vuelve y que, además, produce en él al perfecto chivo expiatorio.

Pero si la presidencia de Alberto fue un calvario por dentro y por fuera, la postpresidencia completó el camino. Las excusas de un mundo convulsionado, COVID, guerra, sequía,sumado a las internas, trajo su última imagen del naufragio: la furia presidencial. Alberto, que se espejaba como víctima de todos, tenía entonces a su propia víctima. Al lado.

Cristina le ordenaba que use la lapicera, que se haga del poder, y en esa orden cavaba la paradoja: sólo él podría hacerse poderoso contra ella. Prefirió no hacer historia y quedarse en un juego que engendró ese lugar tan paradójico del poder en su presidencia.

Lo empeora todo, la imagen de su fiesta privada en una ciudad vacía, de gente encerrada y angustiada y el dedito levantado señalando infractores. La impresión generalizada de que mucho de lo que vemos son las típicas pantallas de los servicios convive con la raíz de eso que vemos: un tipo que filma él mismo esas “hazañas”.

Y lo que vemos exacerbado es lo que podríamos haber visto siempre desde hace cuatro décadas: que el poder es un infierno. Pero, ya vimos todo. Seguro que no. Ese celular es Hiroshima.

Fueron y fuimos ingenuos y entusiastas de que a Argentina, sin acuerdos, endeudada, sin crecimiento y rota, le crezca un acuerdo, aunque sea el de un peronismo unido. Sólo dio el fruto de una gestión sin misión ni trascendencia, que encuentra ahora en un hecho irreversible, la figura definitiva del muerto político

Para Alberto su propia trampa fue aceptar la candidatura y no haber construido liderazgo en un país en el que todo sale indefectiblemente mal. Casi desde mediados de la pandemia nos hemos convertido en espectadores de la caída. El caso de violencia de género es otro hito de la descomposición de la política como la conocíamos.

No estamos en crisis, estamos en decadencia.

La Argentina parece intratable también para el mesiánico proyecto del libertarianismo criollo. Su presente sería mucho más complicado si no fuera por el oxígeno concedido por la política tradicional y sus miserias arrojadas a cielo abierto.

Es verdad que Milei es un producto de veinte años de una grieta que expresaba a su manera un empate social y político. Tan real como que el experimento es la consecuencia de cuatro décadas de democracia de la derrota.

El escándalo es una versión extrema de una desconexión, de un proceso de escisión, que viene de largo. Cuando lo viejo no muere y lo nuevo no nace, irrumpen los fenómenos.

Toda la invulnerabilidad de Milei esta a un estornudo financiero de caerse a pedazos y los pronósticos pifian infinitas veces más que las encuestas electorales.

Mientras más distraída esté la sociedad, más rápido va a chocarla. Gobierna a los tumbos, corrigiendo a medida que se la da contra alguna pared. Los límites externos son la única barrera a su autodestrucción.

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