Empecé a leer una nota que empieza así: "La dolorosa mayoría que votó por Milei y lo hizo presidente, no sabe qué votó". Una vez más, “pueblo” se lee desde los tópicos usuales del reduccionismo más tosco, es bueno, es bruto o es garca.
Si lo que estaba en juego es la democracia entonces una inmensa mayoría se dio un “autogolpe. La parte extorsiva de la campaña mezclaba eso de hacer pasar esta elección por un plebiscito de la democracia. Lo que pasó es que engendró que nos gobernó durante cuatro años, habló con la democracia y la sociedad le contestó con la crisis. Ni más ni menos. Propuso un bloque de temas, llenos de imágenes, glorias del pasado y derechos universales y la sociedad no soltó la economía.
Por supuesto que hay más que economía. Y la palabra casta organiza. Qué pasó estos cuatro años además del mundo roto. La política oficial se dio todos los regalos, hasta el de pelearse en público. La palabra vip, cumpleaños de primera dama, vacunas, la negativa a cualquier gesto demagógico anti político, el boicot que volvía inviable cualquier reforma, el tabú de ajustar algo, el privilegio del sueldo estatal asegurado en medio de la informalidad se tornaron el espectáculo que aún no dimensionan.
Y para expresar el dolor, la grieta funcionó como teatro falso: la política representándose a sí misma. En el país, los únicos privilegiados son los políticos, dijo gran parte de esa sociedad.
Se desmorona entonces, el proyecto de la posconvertibilidad. Se vuelve a proponer un camino que se anticipa difícil, doloroso y caótico. Empezó la transición de mandos y la principal discusión tras cuarenta años de democracia es a cuánto llevar el dólar. Dos presidentes, el que se va, el que llega, como dos cambistas en una cueva de una galería.
El nuevo gobierno tendrá aliados objetivos, cosecha récord, Vaca Muerta, litio. Tendrá motosierra, y en esa metáfora se anticipa dolor. Tendrá revanchas simbólicas en nombre de los que no tienen nada que perder. Cada uno subido a su rama sin terminar de saber por cuál pasará la sierra.
La Argentina tuvo ayer la expresión electoral de una abrumadora mayoría que le dijo que no al peronismo kirchnerista, a Massa, Cristina y Alberto. La sociedad cambió y el peronismo no. Milei trae una dimensión desconocida, abre con la forma del abismo la ventana de una época, y rompe la inercia de impotencia al régimen de esta grieta en el que se votaban gobiernos para que nada cambie. Una Argentina achicada, sobrenarrada, aturdida en su empate eterno. El de la nada misma.
Ahora se propone un modelo, pero no sabemos con qué gobernabilidad.
Massa, el más profesional de todos, como se dijo, perdió. Tanto cariño progresista del último tramo, rodeado de “artistas”, saltando rodeado de alumnos del Pellegrini, pareció evidenciar en esa recta una última foto: la de una elite de salvados que resisten el cambio de régimen desde adentro.
El discurso proponía plebiscitar la democracia. ¿Economía? ¿Inflación y pobreza? “Somos la vida, somos la paz”. El peronismo quiso decir que él es la democracia, los derechos humanos, todas las gratuidades. Que se iba a votar eso. ¿Entonces el pueblo rechazó “todo eso”?
Es absurdo suponer que el 55% que votó a Milei votó a favor de Videla. Mucha gente votó suponiendo que su vida, sus valores, sus afectos, su bolsillo, están afuera de ese horizonte simbólico oficial. El viejo país de la movilidad ascendente hace años vincula su ideal de progreso con la capacidad de privatizar su vida. Del hospital público a la obra social, de la obra social a la prepaga. La movilidad social ascendente por mano propia.
A Milei lo votó mucha gente que quedó sola y rota. Milei no tiene razón, pero sus votantes sí. Ganó mostrando que detrás de la grieta hay una fractura. Milei conectó con algo profundo. Jugaron a la grieta mientras el león no estaba. Se analizará sobre la ultra derecha internacional y tantas abstracciones, cansarán, lo cierto es que Milei se paró sobre la fractura de la sociedad, seguramente para terminar de abrirla, de romperla o destrozarla.