

La muerte de Isabel II captura la atención mundial. No es para menos: tras 70 años de reinado –pensá en todo lo que pasó frente a sus ojos–, la monarquía británica parece quedar semidesnuda con la entronización de su hijo, Carlos III, el "rey anciano".
El hijo mayor, nacido para ser rey, accedió al trono después de haber sido el sucesor designado durante más tiempo en la historia de la monarquía británica. Como el rey Carlos III, se convertirá en soberano de la monarquía constitucional más importante del mundo, será la cabeza de la familia real con más historia y símbolo de continuidad en un país azotado por las crisis.
Se va el ícono por excelencia de una institución inoxidable –medieval, para sus críticos– y la garantía de estabilidad de la misma en su mayor bastión; mientras, llega un hombre vinculado a muchos de los escándalos que sacudieron en los últimos años a la corona y le provocaron una pérdida de legitimidad que ahora no tendrá paragolpes.
¿El tradicionalista Reino Unido se aferrará a su historia o ingresará en una etapa compleja de revisión?
A las mentalidades republicanas les hace ruido la fortuna de hasta 600 millones de dólares acumulada por la fallecida y la de unos 88.000 millones del conjunto de la familia real, cuyos gastos son mantenidos por los impuestos de la ciudadanía mientras su patrimonio crece gracias a negocios sobre los que se sabe poco y nada.
Por lo pronto, los efectos del Brexit, la crisis inflacionaria y la recesión en ciernes remozan el desafío del separatismo escocés, esencialmente antimonárquico. Y en Australia, Canadá y otros países del Commonwealth se harán más audibles las voces de quienes no quieren que Carlos III sea su jefe de Estado.
Además la nueva primera ministra, Liz Truss, una thatcherista, decidió ayer congelar las tarifas de energía para los hogares por dos años a un costo de 150.000 millones de dólares en subsidios. Eso sí, como rechaza alterar el “clima de negocios”, se niega a establecer el impuesto a las ganancias extraordinarias de las petroleras anunciado por su antecesor, Boris Johnson. Es seguro que su viejo paso por Shell no tiene nada que ver con eso.