

León XIV, es el hilo entre León XIII y Francisco. Un pastor con fuerza para afrontar los retos que vienen, dentro y fuera de la Iglesia. ConTrump, de su misma nacionalidad, con el que chocará por la cuestión migratoria, las guerras o el poder, y con el que tendrá el desafío de llegar a acuerdos.
Un agustino, como lo fue Lutero, como fray Luis de León. Un hombre que aúna dos almas, estadounidense y la sudamericana, con el mandato de seguir adelante con el legado dejado por Francisco.
Parolin se consolidó como el gran papable. Designado además director del cónclave, entraba a la Capilla Sixtina como Papa, con la doble felicitación de su compatriota Gianbattista Re antes del encierro. Pero la clave estaba en las paredes y no en el techo de la capilla sixtina.
Está claro que la elección del líder de la Iglesia católica tiene varias dimensiones. Una en clave religiosa, por supuesto; un perfil capaz de conectar con casi 1.400 millones de fieles. Hay una dimensión política, porque la del Papa es una voz con peso en la escena global, algo que quedó muy claro con Francisco, y en lo que se ha insistido en la previa, el desafío de un mundo fragmentado y en guerra, que olvida a los que más necesitan.
Hay también un instinto de supervivencia de una institución que flaquea en el mundo y que con Bergoglio dejó de mirar al europeo centrismo, para apostar por las periferias donde el catolicismo tiene oportunidades de crecer,África y Asia y donde huyen devotos hacia otros credos cristianos en Latinoamérica.
Esta complejidad multiplicó las opciones en un cónclave diverso y dividido, en la disyuntiva entre continuar o no la senda de Francisco.
Una figura llegada del otro lado del Atlántico se intuye, comenzó a ganar fuerza. Primero por su perfil político. La imagen de Robert Prevost se dibujó desde el principio como una contrafigura de su compatriota Raymond Burke, la apuesta de un Donald Trump. Un Papa estadounidense para contrarrestar la deriva antiderechos del Gobierno de Estados Unidos. Al menos un hombre que conoce el poder político en ese país, sus códigos, y que puede abrir una vía de diálogo y también plantarse frente a lo que resulte inaceptable a ojos de una Iglesia que, en su primer discurso, definió como “abierta a los que menos tienen”.
Prevost reunía otra característica importante, su conexión con el mundo latinoamericano, con nacionalidad peruana, país en el que pasó buena parte de su vida religiosa. De hecho, uno de sus primeros gestos fue dar parte de su discurso en español y no en inglés, saludando especialmente a su diócesis en Chiclayo, en el país andino.
En cuanto a su papel frente a la división interna de la Iglesia, Francisco colocó a Prevost en el centro mismo de la Curia, en el dicasterio de los obispos, por lo que no es un desconocido en Roma y puede tender esos puentes de los que habla también con el poder político vaticano.
El nuevo Papa no era el perfil más obvio. Ni siquiera supone un mensaje de efecto como lo hubiera sido un papa asiático o africano. Es del país de Trump y habla español, y puede ver en clave vaticana los nuevos ejes políticos de un mundo en crisis.
Combina el pragmatismo yanqui con la calidez y el colorido de la piel latinoamericana, donde se curtió como pastor. El 28 de agosto de 2004, el actual Papa León XIV —entonces Superior General de la Orden de San Agustín— visitó la ciudad de Buenos Aires para inaugurar la Biblioteca Agustiniana. La imagen de aquel día registra un momento clave para la comunidad agustiniana local.
Su principal reto es trasladar su eficacia al carisma que exige el momento. Mientras Francisco combinó gestos radicales, lavatorio de pies a reclusos con reformas, Prevost deberá demostrar que no va a quedar atrapado en la maquinaria vaticana.
En un cónclave donde la sinodalidad es la línea roja, su trayectoria en Perú y su control del mapa episcopal global lo convierten en un continuador viable del proyecto franciscano. La pregunta es si su perfil podrá encender el mismo fuego reformista que el papa argentino.
Como escribió Francisco en Evangelii Gaudium: “Prefiero una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma de encierro”.
Prevost pasó años en Perú, dirigiendo seminarios, formando sacerdotes y trabajando en barrios marginados de Trujillo y, sobre todo, como obispo de Chiclayo. Este bagaje le permite articular el diálogo Norte-Sur, vital para una Iglesia que Francisco quiso desoccidentalizar. Su conocimiento de realidades como la migración masiva o la pobreza estructural lo acerca Papa del fin del mundo.