El corto y el mediano

El País 17 de octubre de 2023
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Ya no son importantes las predicciones. Podría ganar cualquiera de los candidatos y todo tendría vigencia.

Hay un malestar insoportable en Argentina. Dolor y decepción. La sensación además, esto corre por cuenta de nosotros, es lo inevitable de la crisis que se refleja en el resultado de las PASO. Algo se rompió y algo o todo se debe romper y si ello genera conflictos sociales, violencia, entonces deberá suceder. Como en toda fatalidad, demasiado tarde para lágrimas. Temerario pero real.

Lo  transversal a casi todo el electorado, es la sensación de abismo. Una Argentina en decadencia, en desintegración, sea el voto que sea. Hasta Massa lo expresa. Aquel que bate récords de inflación y sigue competitivo quizás hasta el domingo. O quizás porque hay un sistema que se protege a sí mismo y no quiere todo roto aún.

Las dos últimas gestiones terminan con un alto rechazo y disconformidad absoluta en el rumbo económico.

Hay una razón fundamental. El desorden y desorganización que el Estado nos provoca, se traslada a las carencias que aparecen a medida que se deteriora el sistema. Nos hemos achicado, menos el que siempre zafa.  Las familias frente al ajuste ven el consumo afectado, comprar ropa nueva, elegir alimentos, viajar, festejar cumples, usar el auto, refaccionad o mejorar la casa, pagar cuotas del club, gimnasio, prepapaga. Los mismos procesosque se vivían en las crisis hiperinflacionarias. Pura pérdida. Y en todos los estratos.

Esto es diferente al 2001. El oficialismo decidió decir que hay una Argentina viva, dinámica, que llena restaurantes y abarrota aeropuertos. Orgullosa. Eso sí, aduciendo que saben que no todo está bien con una disculpa. Quien pagará la fiesta. Los de siempre. 

Juntos por el Cambio decidió decir que el bien es terminar con el mal. Todo lo que sea o parezca K. Que, en el a todo o nada, el problema no son las carencias sino la falta de orden, y que ese orden proviene de la fuerza, no de los consensos. Pero ahí tuvo que llamar a Horacio para mostrar algo de política y de eso que no tiene. Tarde.

Milei decidió decir que hay que volar el sistema. Y queda un tercio del electorado que ni siquiera paga para ver, no vota. No se sabe si votará, quizás lo haga para hacer cierta la presunción de que esta agonía tiene que terminar el domingo. Primera vuelta y chau. Que pase lo que tenga que pasar. Voto útil.

La pobreza pasó a ser un dato pero es, centralmente, mas del 40% de la población argentina.

En el  2001 la bronca era con la dirigencia: no se quería premiar a nadie. Hoy es con la dirigencia, con el sistema al que hay que romper y encima un sector quiere premiar a alguien, no para que lo arregle sino para que rompa todo.

Más que un candidato constructor de consensos y soluciones, una parte de la sociedad pretende instrumentar la idea de un instrumento fatal, de un martillo destructor de todo como si no hubiese un mañana.

Entonces el Estado no da más. El sistema de partidos se rompió, cambio, será otro. La representación se transformó. Y la democracia, que primero fue “el único juego posible” y luego fue “la menos peor de las opciones”, sigue devaluándose a un ritmo que no logra precisar ni la política ni los intelectuales.

La política argentina debe barajar y dar de nuevo.  Y este reseteo debe darse en sus valores, pero sobre todo en sus prácticas. No queda lugar para gastos innecesarios, para el nepotismo ni la corrupción. No queda lugar para la reasignación de partidas, las relecciones indefinidas ni para levantar la mano en un foro legislativo porque sí, o porque no, o por dinero.

No queda lugar para llegar tarde ni para faltar. Un dato: la producción parlamentaria en 2022 fue la más pobre desde el inicio de la democracia con sólo 36 leyes aprobadas.  Salarios sin trabajar, vacaciones extendidas, viáticos, gastos y gastos.


La dirigencia tiene el deber de mostrar gestos y respetarse a sí misma primero para poder resetear al país, si es que aún estamos a tiempo. Y si no lo estamos también. Si es tarde, que lo sea no para llorar sino para construir sobre las ruinas que nos dejan aquellos que con raras excepciones en los últimos 40 años lo único que hicieron fue administrar la deuda. La que siempre está.

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