


Se puede votar en contra de uno mismo, pero siempre en defensa propia. De lo malo te enterás siempre más tarde. Milei asegura la defensa propia porque promete reventar todas las ventanillas de gasto público y terminar con la neurosis típicamente argentina, la bimonetaria. Hacer más simple la vida. No propone derechos nuevos, incluso hasta promete quitar derechos viejos. Votamos con mitad de padrón nacido y criado en democracia. Todo un dato.
Milei le habla a los que no saben, ni quieren saber. A todos ellos les presenta la idea de revancha y redención. Nadie se puede asustar tanto con él como para cambiar su voto y dárselo al gobierno o la oposición para que lo sigan empobreciendo con deuda o inflación. Quienes lo critican dicen que viene por derechos que quizás ni te acordabas que tenías. Algunos porque no se materializan. Pero otros porque los damos por sentado y nos olvidamos de lo que costó conseguirlos. Los mas jóvenes ni siquiera lo saben.
Ya salieron a decirle a la gente que no van a tocar los planes sociales y que el ajuste va a ser sacarle el chofer y la seguridad a un diputado. Nada es viable pero es interesante que capte las molestias con tanta velocidad. Alberto tardó en pandemia en percibir esos gestos y fue su gran error, ademas de otros. Los gestos. Lo interesante es que ya captaron los reclamos cuando se habla de más.
¿Y si en lugar de tener un electorado engañado y manipulado resulta que ahora es más atractiva la libertad. ¿Desde cuándo el peronismo tuvo problemas en darle al pueblo lo que el pueblo demanda? Por eso la idea de enamorar con el Estado y derechos es tan inútil en este momento.
Pagni dijo ayer que Massa va a tomar la narrativa anti fascista de Pedro Sanchez. Si es así preparémosnos para que Milei nos salude desde el balcón el 10 de diciembre.
Llegó la hora, y no solo de cara a octubre, de ir pensando en el futuro. Dos generaciones que ya no se conmueven con las historias recientes, ni pueden imaginarse la sensación de urnas guardadas tampoco son culpables de cargar en la memoria y el cuerpo los fracasos de cuarenta años signados por crisis, un mundo donde no hay muros ni guerra fría y una desigualdad tan cruel que es inevitable que los atraviese. Además, porque es verdad que cada vez tenemos menos.
También decíamos que a la corta o a la larga a la política se le cobró que no perdiera nada cuando todos perdíamos algo. Allá no tan lejos en el tiempo, cuando la pandemia nos ponía la vida patas para arriba, la política no estuvo a la altura de la desesperación. Y lo estatal, encima, pasó a ser identificado con lo político. Los únicos intocables a la hora del desastre. La casta existía. Y molestó tanto, que es transversal.
Perdió Malena Galmarini, hija de políticos y esposa del candidato presidencial Sergio Massa. Perdió Macarena Posse, nieta e hija de los intendentes Melchor y Gustavo Posse que hicieron de San Isidro un Principado, tan literal que agotaron su suerte con la nieta de 28 años. Inclusive Jorge Macri, con portación de apellido, ganó raspando su interna.
En la incertidumbre del pan para hoy y hambre para mañana acusarlos encima de “derechosos” ni los inmuta. A la gente le importa más no ser pobre que el mote de “sos de derecha”, el que aterra es la pobreza, asusta más.
Qué dicen entonces estos votos al costado del sistema. Por un lado, quieren salud, seguridad y educación pública, pero por el otro reclaman menor control fiscal y mayor ajuste en el gasto público. Para la política llega la peor hora, alguna pérdida. Ese mapa que parece inexplicable quizás con buena voluntad se comprenda: la política y sus tentáculos está en la mira.
Algo estaba escrito hace meses: que iba a haber escenario de tercios. Lo anticipó Cristina. Pero nadie imaginaba que en esos tercios Milei podía ser el de más votos. Por eso huele tan a triunfo su ventaja pírrica.
Perdió pauta de Larreta. Perdió el aparato, las frases de la realpolitik peronista del estilo “¿quién le va a fiscalizar los votos?” o “en las provincias no tiene nada”. Perdió el viejo rol de los medios, los canales de televisión que quisieron subir el “fenómeno” y después lo quisieron bajar. Y repetían “se pinchó, se pinchó” y no se pinchó.
¿Por qué ganó Milei? Porque armó el PT de los trabajadores pobres, trabajadores golondrinas de servicios, el voto cajero del súper, Uber, repositores, empleada doméstica, juntó de abajo y en torno a él, sin el “aparato”, a los que saben que si dejan un trabajo encuentran otro, pero uno que permite, con suerte, vivir al día. Esta crisis tiene contenedores: no es crisis de empleo. Hay crisis de trabajadores pobres. Y Milei gana ahí. Informalidad, nunca atacada. Monotributistas. Y los gordos de la CGT que se sacan fotos con Massa, mas casta no se consigue.
Querían polarización. Los polarizó a todos. Grieta, son todos casta, dijo. Apuntó al negocio del país dividido, al periodista ensobrado de los dos lados, con sus pautas del sector público. El pacto político del país bloqueado. La grieta fue la década perdida.
Frente a la bronca la palabra derecha no dice nada. Hablar de cosas en un país sin la primera cosa, la moneda. Los memes que se hacían solos la noche del domingo, los del dólar del lunes. Lo visto: lunes de devaluación. El problema es la distancia con la realidad.
Al peronismo en 2019 la crisis macrista le achicó sola esa distancia. Pero lleva años encerrado en sus tretas, con la justicia, con sus marcos teóricos, temas de diván, militantes con chofer. Massa promete algo que mucha gente cree que nunca va a tener. El Estado como realización comunitaria no existe si sólo se nombra. ¿Qué promesa es posible? Los dólares y ya tienen quién los promete.
El 40% no aporta a la jubilación, no tiene obra social, vacaciones, estabilidad laboral, sabe que va a alquilar toda su vida, pueden matar a su hija por un teléfono, la Afip le bloquea el CUIT si se atrasa tres meses, qué podría perder con “la derecha”. Pregunta elemental para empezar a entender el fenómeno y no caer en facilismos.
Si vamos a seguir con la polarización anti estamos al horno. Anti derecho, no parece que haga mella en la gente a la que se le diluye todo y que no tiene nada por la inflación y la precariedad. Eso no es muy inclusivo. No sigamos con el mismo libreto. Aferrados a lo que nos deja tranquilos. Hay que repensar por qué se falló y no repetirlo.
El principal rival de Massa es su propia tarea. La coalición, ocluyendo Alberto y Cristina, estuvo durante cuatro años debatiendo el aumento tarifario y las facturas impactaron a una semana de las elecciones.
Lo mismo con el atraso cambiario y la devaluación, aún descontada, ocurre en plena campaña electoral. La voluntad no alcanza. Y cuando osa le sigue el descontrol.

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El mundo 27 de noviembre de 2023


