Asume Lula da Silva en Brasil con demandas urgentes y un ambiente político tenso

Su base le reclama que la vuelva a salvar de la indigencia. La economía fría no ayuda y, aunque se impone un cambio de modelo –con impacto en Mercosur y Argentina–, el mercado lo condiciona. La ultraderecha estará al acecho.

El mundo 30 de diciembre de 2022
B3IPPZP4DJDDRNCQNXAMO7VIAI

El mismo hombre que hizo historia el 1 de enero de 2003 al convertirse en el primer obrero en llegar a la primera magistratura de Brasil protagonizará el ritual de la jura y la emoción este domingo por tercera vez. Sin embargo, el contexto en el que Luiz Inácio Lula da Silva regresa al gobierno –ya se verá si también al poder– es muy diferente al de entonces; el paso del tiempo no solo debilita al cuerpo.

Las expectativas que rodean su asunción son altas entre muchos de quienes lo votaron. No debe olvidarse que se impuso en el balotaje del 30 de octubre por una diferencia de apenas 1,8 puntos porcentuales –exactamente 2.139.645 votos en un padrón gigantesco de 156 millones–. Así, dentro del voto lulista hay una mayoría de convencidos –quienes apostaron por el líder de la izquierda ya en el primer turno– y también personas que simplemente optaron por su retorno ante el miedo que Jair Bolsonaro les ha despertado en los últimos cuatro años. Así deberá gobernar: mirando a la izquierda para satisfacer las necesidades de quienes lo tienen como su única esperanza; y también hacia la derecha democrática, que solo quiere estabilidad económica y statu quo.

Esa postal numérica, la de un país fatalmente agrietado, es uno de los rasgos centrales del inicio del Lula 3.0. Una imagen que no parecía probable al inicio de una larguísima campaña en la que el jefe del Partido de los Trabajadores (PT) volaba en las encuestas con ventajas de entre el 15% y el 20%.

Renacimiento

Lula concretará el domingo una resurrección política impresionante, corolario de una saga que comenzó con su enorme prestigio como presidente entre 2003 y 2010, que lo convirtió en uno de los políticos más admirados del mundo –laureles que intentará reverdecer–, que se tradujo en niveles de popularidad del 70% cuando le entregó el testimonio a Dilma Rousseff y que continuó con el desgaste programado y dirigido que le causó la operación Lava Jato. Asimismo, se extendió con su imposibilidad de explicar cómo, después de que se comprobara que su Gobierno había comprado voluntades en el Congreso a través del mensalão, no supo, no pudo o no quiso ponerle freno a la corrupción a gran escala que supuso el petrolão. Esto, sumado al sesgo político hediondo de las causas instruidas por Sergio Moro, convirtió responsabilidad política en penal, sin las pruebas necesarias y sin el debido derecho de defensa, lo que lo llevó a la cárcel por 580 días. Finalmente, el Supremo Tribunal Federal (STF) decidió actuar ante lo que ya era una verdad estridente de vicios procesales y lo desvinculó de todas las causas. Si no como inocente, a Lula da Silva le alcanzó con ser no culpable para poder regresar al Palacio del Planalto. El futuro es un albur.

Su primer desafío es el de siempre: el hambre más urgente. Es descorazonador que, a pesar de todos sus costados reprochables, el PT vuelva a fojas cero en una tarea de inclusión que parecía concluida cuando Dilma fue desalojada del poder por una conspiración maloliente que involucró al grueso del sistema institucional y del “círculo rojo” del poder. Hoy, Brasil figura nuevamente en el mapa del hambre de la ONU, que indica que el 28,9% de la población –213 millones de habitantes– sufre “inseguridad alimentaria moderada o severa”. He ahí el primer reto.

Para comenzar a revertir ese cuadro, Lula da Silva necesitará reforzar el gasto social. La paradoja es que este no decreció con Bolsonaro –la ultraderecha también hace populismo–; lo que cambió fue el contexto económico. Para revertir esto, el mandatario entrante se propone reindustrializar Brasil después de cuatro años de liberalismo predemocrático.

Coyuntura

El contexto de un mundo conflictuado, de expansión comercial y productiva dudosa, no ayuda: según las proyecciones de analistas privados que el Banco Central de Brasil recopila en el informe Focus, este año la economía cerraría con un crecimiento del 2,81%, mientras que en 2023 lo haría apenas 0,7%, en 2024 un 1,7% y en 2025 un 2%. Tal vez el cambio de modelo se muestre más virtuoso para generar actividad, permita retomar el espíritu fundacional de un Mercosur desarrollista y –de rebote– aceite el vínculo con la Argentina… al menos hasta que nuestro país vote en octubre próximo y defina, entre otras cosas, si mantendrá la sintonía con el nuevo Brasil o se entregará otra vez a políticas de apertura comercial irrestricta y primarización voluntaria de su estructura productiva.

La inflación que atormentó a las familias en los primeros meses de la guerra en Ucrania –debido a las fuertes subas que generó en combustibles y alimentos– comienza a ceder y ya se proyecta –a la baja– en torno al 6% y al 5% el año que viene. El bolsonarismo consiguió ese éxito merced a elevadas tasas de interés, que hoy más que duplican la inflación esperada y que suponen un límite fuerte al crecimiento. ¿Tendrá Lula da Silva margen para hacer algo diferente?

Lo menos que puede decirse es que no le será fácil. El Congreso le será adverso, el bolsonarismo anidará en las principales gobernaciones y el mercado financiero lo mira con rostro torvo debido a su decisión de hacer aprobar en el Congreso mayores erogaciones sociales, por encima del congelamiento real del gasto público que rige desde la gestión del conspirador Michel Temer.

Al comienzo mencionamos el elevado grado de polarización de la sociedad brasileña. A eso hay que prestar atención especial para imaginar lo que viene.

Veneno

Bolsonaro se retira del poder, prácticamente huyendo hacia los brazos de Donald Trump para no sufrir la humillación de entregarle la banda a quien es su enemigo. Sin embargo, el bolsonarismo persistirá. Los primeros pasos de la nueva administración apuntarán a desactivar los campamentos montados por militantes de la ultraderecha frente a diversos cuarteles –notoriamente en Brasilia– en reclamo de un golpe que impida el regreso del “comunismo”.

La politización intensa que el bolsonarismo provocó en las Fuerzas Armadas es una bomba de tiempo que debe desactivarse. El jefe del Ejército saliente, Marco Antonio Freire Gomes, se negó a desalojar esos campamentos y a subordinarse al nuevo poder civil. Su reemplazante –por ahora interino–, Julio César de Arruda, deberá demostrar cuál es su apego por la democracia. En tanto, unos seis mil efectivos de todas las graduaciones serán dados de baja tras haber aceptado cargos en el Gobierno ultraderechista, en muchos casos, sin pasar a retiro.

Bolsonaro relajó en su momento las normas para la adquisición y portación de armas, y llamó a sus partidarios a hacerse de ellas para resistirse a la “tiranía” de izquierda que sobrevendría. Hubo quien le hizo caso. Un hombre fue detenido el último sábado en la capital en medio de preparativos para hacer estallar un camión lleno de combustible cerca del aeropuerto de Brasilia, con la idea de desencadenar un estado de caos y una intervención militar. En tanto, las armas proliferan en los mencionados campamentos y el Poder Judicial se ha dado a la detención de militantes que protagonizaron hechos de extrema violencia después del balotaje. La seguridad el domingo será inusitada en la capital de Brasil

Como se dijo, Bolsonaro se va, pero deja el huevo caliente del odio para alumbrar cría en cualquier momento.


 

Te puede interesar
Lo más visto