La impericia

El País 22 de agosto de 2024
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Mientras más distraída esté la sociedad, más rápido van a chocarla. Milei gobierna a los tumbos, corrigiendo a medida que se la da contra alguna pared. Los límites externos son la única barrera a su autodestrucción. Eso escribíamos hace unos días.

También que toda la invulnerabilidad no resiste a un estornudo del mercado y los pronósticos financieros erran más que las encuestas. Qué tipo de Argentina emergerá de esta crisis. Será un país fragmentado y desmembrado o existe alguna posibilidad de renovación.

A dos semanas del escándalo distractivo de Alberto, la situación ponía al gobierno en situación de riesgo. Cuando nadie les marca la cancha, no saben qué hacer y la chocan. Y así fue.

Esta semana se supo  el número de la encuesta de UNICEF que anotó más de un millón de chicos que se va a dormir sin cenar. La crisis no empezó ayer. Más bien algunos se enteraron ayer; siempre será así en el dolor selectivo que propone la política. Hoy, es veinte años de kirchnerismo o cuarenta de democracia o cien de decadencia. Según quien lo diga.

Las denuncias contra Alberto, mezcladas con aventuras amorosas, también exponen la definición de casta con la cual arrasó Milei. Muy básico. Sin revolución, pero con vicios de “burócratas”, se desploma la política de las últimas décadas.

El período en que gobernó Alberto fue de dolor. Ningún presidente ejerció tanto poder y ningún expresidente se quedó con tan poco. Pero no sirve distraerse. 

No queda nada para distribuir. El deterioro es terminal. Hay que dejar de buscar referencias en hechos históricos. Esto es totalmente nuevo por varias razones. Una de ellas es que no hay quién conduzca un proceso de esas características ni quién resuelva por cauces institucionales nada.

Ya descartada una recuperación de la economía en el corto plazo, todo  se enfocada en la batalla cultural. Es, sin embargo, un experimento que ya fracasó otras veces. Todos los gobiernos que quisieron imponer su agenda identitaria sin llenar la heladera fracasaron.

El presente de Argentina es una encrucijada histórica. Mientras el país se sumerge en esta crisis sin precedentes, el futuro queda en manos de aquellos que puedan ofrecer respuestas a los desafíos económicos y sociales más profundos. Parece no haber.

La batalla cultural y política es solo un componente de una lucha cuyo núcleo verdadero es no sólo la estabilidad macro sino ya directamente la cohesión de lo poco que queda de un tejido social atado con hilos cada día más finos. La falta de respuesta efectiva y el gradual ajuste a la crisis han generado una especie de normalización del sufrimiento económico.

Más que una renovación peronista, se necesita hoy una renovación argentina.

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La impericia política de la Casa Rosada en una cuestión tan sensible como es la Secretaría de Inteligencia del Estado, que llevó al oficialismo hacia una derrota política de consecuencias todavía Insospechadas.

El PRO aportó 21 votos para conformar, en una alianza poco usual con UxP, la UCR y otros opositores amigables, la mayoría de 156 que volteó el decreto. El contundente rechazo de la Cámara de Diputados al DNU que incrementó en $100.000 millones los fondos reservados para el flamante organismo expuso, la debilidad de Javier Milei.

En unos días, si no ocurre nada extraño, el Senado liquidará el decreto de los U$S 100 millones. Además de la derrota política, tendrá un problema administrativo: sin el DNU que le otorga estatus de reservado y lo libera de toda trazabilidad, la SIDE deberá explicar en qué se gastaron, en apenas 25 días, 80 mil millones de pesos.

No deja de llamar la atención un dato: la decisión de girar esa cantidad de fondos a través de un decreto público y no mediante mecanismos que preserven el secreto, algo que el Estado garantiza para casos de extrema gravedad

Más allá de la suerte que corra el DNU en el Senado, el gobierno no necesita distracciones, sino probablemente la choque antes de lo previsto por su impericia.

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