Cambiar las recetas

El País 23 de mayo de 2023
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Con sus modos, el proyecto que lidera Cristina fue durante casi 20 años una parte fundamental del sistema político que Milei patentó como casta. Una salida de escena activa la pregunta por la legitimidad del sistema de partidos que estalló en 2001 porque el kirchnerismo fue la fuerza que relegitimó a las instituciones en tiempo récord y hoy es parte de lo viejo para las nuevas generaciones.

Cristina fue hasta hoy el último dique de contención que mantuvo dentro de la política a los que soñaban con un regreso al pasado, mientras el cuadro de deterioro crónico se profundizaba y solo deja margen para discutir las dosis de ajuste que la sociedad sería capaz de soportar.

Sin ella, el peronismo, -en especial el no kirchnerista, el que se autodenomina federal o de la Argentina productiva, ya no tiene más excusas para justificar su intrascendencia y está obligado a encarnar a nivel social con su mensaje. Tampoco las tiene el bloque opositor que nació del rechazo a su figura y se mantiene unido con alfileres. Nadie tiene margen para volver a fracasar. 

El gobierno de Alberto principalmente no funcionó porque no tuvo el poder. No lo ejerció. Casi nunca tuvo la última palabra. No pudo, no supo. Macri y Cristina, que arrastran intensidades de adhesión y rechazo tan fuertes, por lo menos harían la campaña de cara a la sociedad. No rinden cuentas internas. Un nuevo presidente que tiene que juntar primero los votos del círculo político y, después, de la sociedad. Ahora la noticia es si se sacaron una foto con otro político. Una campaña de candidatos hablándoles a los políticos electores. 

No hay democracia sin autoridad presidencial. Porque en la Argentina de la paritaria infinita, con la enorme CGT, con cámaras empresariales y del campo, con movimientos sociales e iglesias, con acreedores externos y FMI, y un mundo multipolar, no se puede estar con interlocutores que no saben al final con quién negociar.

Cristina es el centro del sistema político. Y ahora que se están por cumplir los veinte años de una fecha que promete su plaza, de esos veinte de kirchnerismo ella estuvo dieciséis años en el poder. El juego de entrada y salida de escena le facilita omitir la incomodidad de ser el centro del sistema de un país que está como está, en crisis, lleno de problemas. Y para el que nadie, ni ella, tiene soluciones efectivas.

Todos le hablan a ella. Opinan o actúan mirando de reojo y quizás se acostumbraron a la disciplina de pensar sin audacia. Cristina es la única que no le habla a Cristina. Estas confusiones entre las palabras y el sentido quizás aclamen algo: la necesidad de un cambio de repertorio. En el país de la restricción externa, sin dólares no puede haber un peronismo anti campo, palabras agotadas. Una sociedad desconocida frente a una política que repite recetas. No un recambio de dirigentes para las mismas ideas, sino un cambio de ideas. 

Si en 2019 correrse fue dar un paso al costado para ser vice, ahora la decisión de no estar en la fórmula presidencial es un modo de decir que el poder no está ahí o de sincerar que, aún teniéndolo, ya no se puede transformar una realidad bloqueada. Pero su decisión expone a muchos dirigentes a un giro, pasar de consumir poder a producirlo.

La autoexclusión de Cristina y a su modo la de Macri, pueden ordenar o direccionar hacia el peor escenario: de nuevo votar un presidente que no tenga la última palabra. La que vimos estos años: otra vez el poder no estará en el poder. Eso especialmente diferencia a Milei de sus futuros competidores. Y ello debe guiar a los candidatos que resulten elegidos. 

El escenario está abierto y es improbable que haya definiciones de la vice en el acto del jueves y en lo sucesivo. Al menos públicamente, para evitar errores del pasado. Todo mientras el gobernador de Buenos Aires, se resiste.

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