


La edición del Consejo de las Américas que se realizó en Buenos Aires fue la gran caja de resonancia de una expectativa tan difundida que no se entiende por qué no se logra: la de una gobernabilidad apoyada en una nueva configuración del poder capaz de darle mayor soporte político a un ajuste y normalización de las variables macro o, lo que es lo mismo, capaz de resistir los reflejos defensivos de una sociedad que no podría eludir el pago de nuevos costos.
De lo que se habló, y no precisamente en voz baja, fue de un gobierno que se asiente entre el 10 de diciembre de 2023 y la misma fecha de 2027 en una coalición más amplia que las actuales, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. La idea, común a empresarios, presidenciables y hasta al gobierno de los Estados Unidos, es de muy difícil concreción, ya que implicaría la disolución de identidades en torno al clivaje peronismo/antiperonismo y una ruptura y reconfiguración totales del sistema política tal como hoy se lo conoce
Rápido para captar eso, el embajador de los Estados Unidos, Marc Stanley, instó, a su turno: "Hagan una coalición ahora; no esperen a la elección 2023".
Lo que a simple vista podría interpretarse como algo parecido al fin de la grieta es, en realidad, un síntoma del terror que invade a la dirigencia política y corporativa respecto de un eventual colapso institucional que ponga en peligro la paz social.
Es el espanto que une más que el amor, como siempre, y que crece al calor del récord de protestas y piquetes en todo el país, de movilizaciones multitudinarias como la que llevó adelante la CGT en el centro porteño (aun sin consignas ni destinatarios claros) y de un malestar social que no parece encontrar cauce, en parte por los sucesivos fracasos del macrismo y el peronismo a la hora de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población.
Un eco del precipicio político de veinte años atrás.
Con Europa enfrascada en sus propios problemas, como la crisis energética por el recorte del gas ruso y un ratio deuda/PBI que saltó bruscamente, son Estados Unidos y China los polos entre los que se libra la disputa por los dominios australes capaces de alimentar y energizar al mundo.
Lo inconveniente es que esa tensión, omnipresente en las últimas dos décadas, amenaza ahora con convertirse en una guerra abierta por episodios como la visita de Nancy Pelosi a Taiwán o la propia derivación de la guerra ruso-ucraniana.