

Tras la invasión de Rusia a Ucrania y el resurgimiento de la inflación en todo el mundo, las perspectivas de una recuperación mundial de la pandemia de COVID-19 se han atenuado.
Debido a estos acontecimientos, la última actualización de los índices de seguimiento de Brookings-Financial Times para la recuperación económica mundial (TIGER) muestra una pérdida general de impulso de crecimiento, con una desigualdad considerable entre los países en su vulnerabilidad a los acontecimientos nacionales e internacionales adversos. La guerra en Ucrania, el resurgimiento del COVID-19 en China y la falta de opciones de política macroeconómica disponibles para la mayoría de los gobiernos harán de 2022 un año difícil para el crecimiento mundial. Y aunque los efectos disruptivos de COVID-19 parecen contenidos en la mayor parte del mundo, el potencial de que surjan nuevas variantes significa que seguirá siendo un comodín.
El aumento de las tensiones geopolíticas ha exacerbado las interrupciones de la cadena de suministro global. Con los precios ya aumentando y la demanda manteniéndose en la mayoría de las principales economías hasta hace poco, las condiciones están para una escalada de las presiones inflacionarias en todo el mundo. Peor aún, a la mayoría de los gobiernos y bancos centrales les resultará difícil impulsar la demanda si muestra signos de decaimiento ante la creciente incertidumbre económica y la volatilidad financiera.
La confianza de los consumidores y las empresas ya se ha visto afectada, y eso es un mal augurio para la demanda de los consumidores y especialmente para la inversión empresarial.
La economía de EE. UU. continúa avanzando: las cifras generales de empleo y desempleo han vuelto a sus niveles previos a la pandemia; la producción industrial ha sido robusta ; y la demanda interna en general sigue siendo fuerte , sirviendo como un motor importante del crecimiento global. Pero la Reserva Federal de EE. UU. corre el riesgo de perder el control de la narrativa de la inflación, lo que significa que podría verse obligada a endurecer la política monetaria incluso más agresivamente de lo que ha señalado, lo que aumenta el riesgo de una marcada desaceleración del crecimiento en 2023. Altos precios del petróleo, una inversión de la curva de rendimiento (cuando el rendimiento de la deuda a corto plazo es mayor que el de la deuda a largo plazo) y un mercado de valores inestable apuntan y alimentan, una sensación generalizada de dificultades inminentes.
Mientras tanto, la determinación de China de apegarse a su estrategia cero-COVID parece cada vez más inviable. La demanda de los consumidores, la inversión y la producción muestran signos de debilitamiento, lo que podría tener implicaciones más allá de ese país. E
Por su parte, las economías de la eurozona están comprometidas en la difícil tarea de dejar el gas natural ruso lo más rápido posible. Eso podría ser inmensamente disruptivo para algunas industrias, aunque con un impacto general modesto y de corta duración en el crecimiento. Si la disminución de los suministros de energía se aceleran, la recuperación de la economía alemana se volverá mucho más inestable.
Brasil también está experimentando una modesta reactivación del crecimiento , pero, con las elecciones presidenciales en octubre, habrá seguramente inestabilidad política. Y la economía rusa, por supuesto, ha sido golpeada por una combinación de sanciones comerciales y financieras. Esto no afectará directamente al crecimiento mundial, ya que Rusia representa apenas el 2% del PIB mundial; pero dada la importancia del país como exportador de materias primas, su guerra en Ucrania se sumará a las presiones sobre los precios, lo que a su vez limitará el margen de maniobra.
Los formuladores de políticas tienen un acto de equilibrio de enormes proporciones por delante. En la mayoría de las economías, la política monetaria está restringida por las presiones inflacionarias y la política fiscal está limitada por los altos niveles de deuda pública. Mantener la economía mundial en un camino de crecimiento razonable requerirá una acción concertada para solucionar los problemas subyacentes. Además de limitar las interrupciones inducidas por la pandemia y gestionar las tensiones geopolíticas, los formuladores de políticas deberán considerar medidas más específicas, como la inversión en infraestructura, para impulsar la productividad a largo plazo en lugar de simplemente fortalecer la demanda a corto plazo. Esto requerirá voluntad política interna y cooperación internacional concertada, las cuales siguen siendo escasas. Soluciones a la vista no hay. Esperemos que parte de esa solución sea el FMI.