

A más de 3.000 metros de altura, en una región inhóspita y casi imposible de alcanzar, la NASA registró la temperatura más baja jamás medida en el planeta: -93,2 °C. El hallazgo, confirmado tras tres décadas de datos satelitales, revela un paisaje tan extremo que se compara con Marte y las lunas heladas del sistema solar.
En el corazón blanco de la Antártida, donde el aire quema y el silencio se vuelve absoluto, un punto en la alta meseta registró un frío tan intenso que rompió cualquier récord previo en la historia de la humanidad. La NASA confirmó tras años de observación.
El récord se detectó el 10 de agosto de 2010 en una alta cordillera de la Antártida Oriental conocida como “Domo Fuji”. Por sus condiciones extremas, esta zona fue definida como el lugar más frío del planeta; no es habitable y las investigaciones se realizan a distancia.
Para corroborar la marca, la NASA utilizó el satélite Landsat 8 y analizó más de 30 años de datos. Hasta entonces, el récord pertenecía a otra zona antártica con una mínima de -89 °C. Además del frío extremo, la Meseta Antártica es uno de los lugares más secos del planeta, lo que la convierte en un entorno similar al de Marte: en ambos, el agua se encuentra mayoritariamente en forma de hielo o vapor, y rara vez en estado líquido.
También llamada “meseta del polo sur geográfico”, forma parte de la calota polar de la Antártida y se ubica en el centro de la Antártida Oriental. Incluye el polo sur geográfico y se extiende más de 1.000 kilómetros hacia el este, abarcando la Tierra de la Reina Maud y el Territorio Antártico Australiano. Con más de 3.000 metros de altitud, es uno de los entornos más inhóspitos y áridos del planeta.
El experto en hielo Ted Scambos, del Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo, lo resume así: la temperatura registrada allí es “50 grados más fría que cualquier otra jamás vista en Alaska, Siberia o, ciertamente, Dakota del Norte”.
En este rincón de la Tierra, cada respiro sería una cuchillada helada y cada paso, una lucha contra la nada. Un escenario que se convierte en un laboratorio natural para descifrar los límites de la vida.