

La ciudad sufrió lluvias extremas equivalentes a un año en apenas ocho horas, con al menos 16 muertes y la destrucción de infraestructura. El cambio climático fue clave y urge reforzar sistemas de drenaje, según un estudio.
Las calles se convirtieron en ríos y la desesperación se extendió por Bahía Blanca. Lo que parecía una tormenta más terminó siendo una catástrofe sin precedentes. En apenas horas, la ciudad recibió el equivalente a un año entero de lluvias, dejando a su paso muerte y destrucción.
Un reciente estudio de ClimaMeter confirma que el cambio climático jugó un papel preponderante en la intensificación de este desastre y deja una advertencia sobre los efectos de un planeta cada vez más cálido.
El viernes, durante aproximadamente ocho horas, recibió más de 400 milímetros de lluvia, el equivalente a su promedio anual, lo que generó inundaciones repentinas que dejaron un saldo de al menos 16 muertes y más de 150 personas desaparecidas. Además, hubo daños en infraestructura, como la destrucción de puentes y el colapso de rutas, además de la preocupación por la propagación de enfermedades debido al estancamiento del agua.
El evento ocurrió en un contexto meteorológico excepcional. Un frente frío estacionario sobre la región, sumado a anomalías de presión superficial, contribuyó a la intensificación del fenómeno. Se registraron temperaturas inusuales, con variaciones de hasta +5°C en algunas zonas terrestres y hasta -2°C en las áreas de mayor precipitación. Las velocidades del viento también mostraron un comportamiento atípico: mientras que en la costa se registraron vientos sostenidos de hasta 100 km/h, la zona más afectada por las lluvias experimentó una marcada ausencia de vientos, lo que favoreció la acumulación de humedad y precipitaciones extremas.
El estudio, que analiza los patrones climáticos desde 1950, revela que eventos de precipitaciones extremas similares a las inundaciones de marzo de 2025, traen hasta 4 milímetros más de lluvia por día, lo que representa un aumento de hasta el 7% en comparación con la segunda mitad del siglo XX. Esta tendencia se debe, en gran parte, a la alteración de los patrones de precipitación y viento causada por el cambio climático, mientras que la variabilidad climática natural tuvo un impacto menor en el evento.
Bahía Blanca, una de las principales ciudades portuarias de la Argentina, está situada en una cuenca hidrológica influenciada por la Sierra de la Ventana y drenada por el arroyo Napostá Grande y el río Sauce Chico. La ciudad recibe un promedio anual de precipitación de 700 mm y cuenta con el Canal Maldonado como infraestructura clave para mitigar inundaciones urbanas. Sin embargo, este evento meteorológico extremo superó ampliamente la capacidad del sistema de drenaje, con un impacto devastador.
La magnitud del desastre puso de manifiesto la necesidad de revisar y reforzar las infraestructuras de drenaje y control de inundaciones en la región, así como de implementar estrategias de mitigación y adaptación ante eventos climáticos extremos.
Según el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), se observó un incremento en la frecuencia y magnitud de eventos de precipitación extrema en el sudeste de Sudamérica desde 1950, con una tendencia al alza en lluvias estivales. Las proyecciones indican que estos fenómenos seguirán intensificándose con el aumento de la temperatura global, especialmente si se superan los 2°C. En particular, la región experimenta un incremento de entre 2.8 y 3.5 mm de precipitación por mes y por década, lo que refuerza la preocupación sobre la creciente amenaza de inundaciones y el impacto en comunidades vulnerables.
El estudio concluye que la influencia de la variabilidad climática natural, como la Oscilación Multidecadal del Atlántico, tuvo un rol menor en este evento. Esto refuerza la hipótesis de que el cambio climático inducido por la actividad humana fue el principal responsable de la intensificación de las condiciones meteorológicas que llevaron a las inundaciones de marzo de 2025 en Argentina. La crisis climática sigue dejando su huella en eventos cada vez más extremos, lo que subraya la urgencia de medidas para frenar el calentamiento global y adaptar las ciudades a un futuro con fenómenos meteorológicos más severos.