

Este fin de semana, los locales de McDonald’s reabrieron en toda Rusia, pero sin sus característicos arcos dorados. Tras la salida del gigante norteamericano de la comida rápida como protesta por la invasión ordenada por el presidente Vladimir Putin a Ucrania, un millonario del petróleo de Siberia compró los 840 locales de la cadena en toda Rusia. Y como prácticamente todos los ingredientes ya se producían dentro del país, prometen que la comida seguirá siendo básicamente igual.
El enroque podría funcionar, y dejar demostrada la asombrosa resiliencia de la economía rusa frente al más severo bombardeo de sanciones que Occidente le haya asestado a algún país. La guerra ya lleva tres meses y medio, y ha quedado claro que las sanciones —y el aluvión de empresas occidentales que abandonaron voluntariamente Rusia— no lograron desarticular por completo la economía rusa ni generar una oleada de agitación popular contra Putin.
Rusia pasó gran parte de los 22 años de Putin en el poder integrándose a la economía mundial: desbaratar eso vínculos comerciales tan extensos y tan imbricados no resultó tan fácil como podía parecer.
Por supuesto que los efectos de las sanciones serán profundos y de gran alcance, y sus consecuencias recién están empezando a sentirse.
La caída económica no fue estrepitosa como lo pronosticaban algunos expertos tras la invasión del 24 de febrero. La inflación sigue alta, alrededor del 17% interanual, pero viene bajando desde el pico del 20% del mes de abril. Y el índice de Gerentes de Compras de S&P, una medición de la actividad fabril global muy consultada, muestra que en mayo la producción de Rusia volvió a crecer, por primera vez desde que empezó la guerra.
Todas esas noticias positivas responden a una combinación de factores que están jugado a favor de Putin. Y el principal de todos es el alto costo de la energía, que permite que el Kremlin siga financiando su guerra y a la vez pueda dar aumentos de sueldos y jubilaciones para dejar contentos a los rusos de a pie. Este año, los ingresos por exportaciones de petróleo de Rusia crecieron un 50%.
Además, el hábil manejo del Banco Central ruso supo evitar una corrida en los mercados financieros y favoreció la recuperación del rublo tras su derrumbe inicial tras la invasión. Las góndolas de los supermercados, por su parte, siguen abastecidas, gracias a la amplitud de stock y las rutas de importación alternativas a través de Turquía y Kazajstán, y también al hecho de que los consumidores rusos están comprando menos.
La resiliencia de la economía rusa refuerza el juego de Putin y su relato de que Rusia no se doblegará ante los intentos de Occidente de destruirla. Para los ricos, todavía hay amplia disponibilidad de iPhones y artículos de lujo, pero son más caros y llegan a Rusia desde Medio Oriente y Asia Central. Los pobres, por el contrario, sufren el alza de los precios, pero lo compensarán con el aumento del 10% en las jubilaciones y el salario mínimo anunciado por Putin el mes pasado.
La más afectada por las disrupciones económicas es la clase media urbana. Los bienes y servicios importados ahora son más difíciles de conseguir, los empleadores occidentales se están retirando de Rusia, y viajar al extranjero es cada vez más difícil y caro.
Pero Natalya Zubarevich, experta en geografía social y política de la Universidad Estatal de Moscú, señala que muchos rusos de clase media no tendrán más remedio que adaptarse a un nivel de vida más bajo: al menos la mitad de la clase media rusa trabaja para el Estado o para empresas estatales.
Las sanciones no van a detener la guerra. La opinión pública rusa lo aguantará y se adaptará, porque sabe que no tiene forma de influir en el Estado.