

Alberto sentó a Sergio Massa en el almuerzo final de la Cumbre de las Américas. Era un lugar para el canciller Santiago Cafiero o para el embajador en EEUU, pero Fernández eligió a Massa, que, se mueve en el dispositivo Alberto como un ministro sin cartera.
No es un detalle menor: lo involucró en la instancia privada, con Joe Biden en la cabecera, en la que se habló sobre los asuntos más ásperos para la diplomacia del continente. El protagonismo que el presidente le cedió al diputado es uno de los elementos que se manifestó en Los Ángeles, pero impacta casi domésticamente.
Ya de regreso en Buenos Aires, Alberto podrá sentirse la estrella de una Cumbre de las Américas que nació devaluada. Con su discurso de 11 minutos ante la mirada de Biden, el presidente argentino recibió en Los Ángeles muchos más saludos y felicitaciones de los que recibe por los servicios que presta en su país. Si, como dijo Fernández, el silencio de los ausentes interpeló a los que acudieron al llamado de Estados Unidos, la negativa de Andrés Manuel López Obrador -el íntimo crítico de Biden- a cruzar la frontera y el viraje de un Nicolás Maduro que ahora lo elogia proyectaron a Fernández al lugar de líder por default y le sirvieron al propio Biden para mostrar algún nivel de interlocución con la región.
Alberto hubiera podido ser tal vez un buen canciller. Pero Cristina Fernández necesitaba un candidato para ganar la elección y lo eligió para eso.
Tal como dice un documento presentado en la Cumbre por investigadores de la Universidad Di Tella, el Colegio de México y la Universidad de los Andes de Colombia, Estados Unidos tiene la "casa en desorden" en un contexto internacional de "acelerada redistribución del poder". El síndrome de la superpotencia frustrada del que hablan los autores coincide con cifras alarmantes de desigualdad en una América Latina que tiene 207 millones de personas en situación de pobreza, el 32.4% de la población regional.
Con bastante menos estridencia que su amigo argentino, Biden también viene de lanzar su guerra contra la inflación en busca de frenar la caída de su imagen, a cinco meses de las elecciones de medio término.
Pese a que el empleo creció de manera exponencial a la salida de la pandemia, faltan trabajadores, y los salarios vienen creciendo, la inflación más alta en 41 años -8.6% interanual- es un certificado de defunción para el sucesor de Trump. Las perspectivas no lo ayudan. Mientras los combustibles y los medicamentos aumentan de manera sistemática, la clase media continúa achicandose y ya se anuncia una recesión global.
En un gesto inusual, tal vez propio de una académica o de quien siente que su cabeza es la que está en juego, Janet Yellen pronunció hace 10 días en televisión tres palabras que Cristina Fernández quisiera escuchar ahora en boca de Martín Guzmán: "Yo me equivoqué". La secretaria del Tesoro se refería a sus pronósticos errados sobre los precios y parece condenar a los demócratas a perder la mayoría en las dos cámaras este año.
Aparecer como el líder regional que le daba entidad a la reunión organizaba por Estados Unidos y hablar en nombre de los ausentes también le sirvió a Fernández por razones domesticas: pudo sobrevolar por unos días el "internismo del internismo".
Llegar o no llegar es la clave porque, con los niveles de apremio que dominan al oficialismo y los rumores de reperfilamiento de la deuda en pesos, algunos en el gobierno puede pensar cuál sería la utilidad de poner 3 mil millones de dólares si el gasoducto es inaugurados por el próximo presidente.
Techint dice que no tiene en Argentina un laminador con capacidad para hacer la chapa laminada que se fabrica en Brasil y que está obligada a importar el insumo para fabricar los caños para el gasoducto. Sin embargo, algo es indudable: los conflictos de Rocca con el peronismo no se restringen a su historia con los Kirchner. Lo puede decir Juan Schiaretti, que en 2016 se enfrentó con el gigante del acero por la construcción de dos gasoductos troncales en la provincia.
El Massa en modo ministro ensambla con otro episodio que, luego de una semana turbulenta de reencuentro y tensión con Cristina, se leyó en positivo. La vice estuvo atenta al discurso que Fernández dio el jueves, con críticas duras a la administración Trump y a Biden por armar una cumbre con “excluidos”. Cristina dejó trascender su agrado con el mensaje del presidente. En un vínculo roto, cuya sutura es trabajosa y toda tregua es efímera, gestos mínimos cotizan como oro.
Fernández, por momentos, pareció encontrar el libreto para relatar la convivencia con su vice. “Hablo con ella cuando es necesario”, dijo escueto en un contacto con los medios en el hotel Ritz, de Los Ángeles. A su entorno les bajó el mensaje de no alimentar la interna y dar por “terminado” el Kulfas gate La nueva normalidad en ese vínculo se nutre de otras acciones: Máximo Kirchner, que suele anticipar o decir lo que su madre no dice, volvió en estos días a un tono que apunta más a la oposición que, como venía ocurriendo, a la pulseada interna.
De Los Ángeles, el presidente argentino regresó con más volumen como portavoz del continente y ese lugar lo favorece, además, en el vínculo con EEUU. Quizás es hora de mirar más hacia el sur.
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