

Argentina encarna una rareza en la región: combina estabilidad política con crisis macroeconómica, mientras que en la mayoría de los países de la región se da al revés, proliferan los casos de crisis política con estabilidad macroeconómica. El tablero político del vecindario cruje. Mientras la economía se hunde, la política exhibe una llamativa estabilidad.
La democracia es tan democrática que votan los indiferentes. A esta altura se calcula, se especula y se prenden velas sobre la existencia de una masa de personas que votará como quien se saca algo de encima. Algún candidato supone que ese voto gris, inexpresivo, inocuo, con el deseo de no hacerle ni bien ni mal a nadie, lo beneficiará.
La casta come de ahí, de esa idea. Después están los otros, que no son indiferentes, las bandadas de mal pagos que gritan Milei, no voy o no sé.
Los candidatos llevaron lejos las diferencias internas. En Juntos por el Cambio se discutía si iban a compartir un mismo bunker. Como siempre ocurre, las elecciones tienen la paradoja del votante: “levantémonos y vayan”. El voto es secreto, tira la piedra y esconde la mano. Y ocurre la gran verdad de Ringo Bonavena: “Cuando suena la campana, te sacan el banquito y uno se queda solo”. Porque una cosa es el like, la selfie, firmas Change.org, y otra es cumplir el mandato del voto, la sangre prometida.
La vieja democracia pide que la sangre no llegue al río. Tarde, pasaron una pandemia, guerra, sequía y dos gobiernos que defraudaron a sus votantes.
Argentina es un país tramposo; con valores progres y votantes libertarios. Mientras tanto, la pregunta que flota en el aire en todos los análisis previos a las elecciones sobre la medida de la abstención y el comportamiento de indecisos, tal vez sea uno de los aspectos más determinantes para la performance electoral.
La inflación fuera de control, el largo estancamiento del crecimiento y los magros niveles salariales, sirven como ordenadores de las demandas y de la apatía. Excepto por la presencia de Javier Milei, el escenario nacional y bonaerense aparece (mucho) más similar a la elección de 2015 que a la de 2019. Pero nadie arriesga. No vale la pena. Habrá seguramente un escarmiento generalizado a la clase política en su totalidad. Quien sabe cómo se expresará la sociedad, pero lo hará yendo o no a votar.
Con todas las predicciones confusas, la amplitud térmica es total. Los pronósticos oscilan entre paridad y una diferencia irremontable a favor de la oposición, Milei como el candidato más votado o debajo de los 15 puntos, Bullrich atropellando a Larreta o paridad con una mayoría silenciosa beneficiando al jefe de Gobierno, Grabois en 3 o 7 puntos. Las encuestas tampoco sirven porque el mal humor es el termómetro de un voto aún no resuelto.
Es una elección, no solo sin precisión en los datos, sino también sin diagnóstico.
La sociedad sostiene que el Estado gasta mucho. Ante la pregunta de si hay que recortar lo que genera ese déficit, la respuesta es de rechazo. Será uno de los principales desafíos que tenga la próxima administración. Probablemente sea la próxima frustración.