Un fósforo en la sequía

El País 21 de marzo de 2023
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Tras las experiencias de 2011, 2015 y 2019 se ha convertido casi en un cliché la idea de que el año electoral supone, por sí mismo, una fuente de presión adicional sobre los dólares que necesita para funcionar la economía argentina.

El calor no sólo multiplica las imágenes de personas que salen a reclamar lo más básico. Además, la sequía pega en la línea de flotación de un gobierno que tuvo dólares de sobra y no los supo cuidar.

Ayer, para no ir demasiado lejos, el Banco Central vendió 261 millones de reservas. De no cambiar la situación en los próximos días, el margen para evitar una devaluación en un año electoral y con la inflación oscilando entre el 6 y 7 por ciento se volvería cada vez más acotado.

El agravamiento de la sequía supondría, de este modo, una presión adicional a aquellas que parecen jugarse en estos días.

Las proyecciones sobre la economía empiezan a converger en números concretos. 

Nos va a salvar la soja, una cosecha, Vaca muerta, el litio. Prendamos velas. El Estado en una santería. Que llueva, que llueva. El contexto obvio: “inflación mata relato”. Lo desconocido: la gente en la calle.  Una marea de informales. Y devora los bolsillos, después qué se come: las ínfulas políticas.

¿Cuánta sobrevida tiene un discurso con 6,6% de inflación? 

En este contexto las internas o fragmentación parecen más la huida hacia delante, que el debate ideológico.
La política no disputa el poder; todos quieren ser opositores.

Alberto hace luces con la linterna desde adentro, habla con las estatuas de los viejos presidentes que cuida. Porque es tal el quilombo, cisnes y la mala praxis, que incluso Juntos por el Cambio se quedaría a vivir en la previa. Ser candidatos será la última estación con poder antes del infierno de tenerlo. El mayor poder: no tener o hacer como que no se lo tiene. 

El presidente mantiene el suspenso de su candidatura para hacer aunque sea extorsiva su presencia, Massa ató su suerte a la inflación (el número mensual del INDEC demuele la proyección) y el cristinismo empuja su consigna de “Cristina proscripta” para convencerla de que sea candidata. Vendrán los duchos de la militancia a darle sentido al reto insólito de Máximo a Axel. “Subir más militancia al gobierno”, le ordena al único cristinista que hizo lo que nadie, Axel juntó votos.

Los tiempos de una política que te ayuda a vivir la crisis pasan porque pasa el tiempo y un día será la hora de esperar soluciones. El mandato central de la época tiene mucho menos que ver con el vaivén entre halcones y palomas, moderados y polarizados que con esta reconstrucción de la legitimidad del liderazgo político.

La grieta existe, cansa. No es cierto que no hubo consensos, temas en los que estamos todos de acuerdo. Quizás somos un país de consensos retroactivos. La integración regional, por caso, arrancó con Alfonsín y Sarney, con Menem y Cardoso, con Lula y Kirchner.

Se necesita más liderazgo para la búsqueda de acuerdos y ponerlos sobre la mesa.

Son demasiados años sin resultados, con políticos tirando paredes a sus audiencias, década perdida, sin soluciones, pero con el orgullo intacto del bloqueo mutuo. Lo peor es gobernar. Políticos comentando la realidad, militancias de su orgullo.
¿Y los resultados? No hay una sola cosa solucionada hace años. Lo vemos en Rosario, ciudad sitiada. Lo vemos en las tarifas, subsidios y cortes de luz.

El peronismo de la unidad se chocó en el primer bimestre del año electoral con una inflación que no se registraba desde el tiempo en que Menem diseñó las privatizaciones. Solo en febrero, la canasta básica -que marca la inflación de los pobres- aumentó 11,7% y el inicio de marzo, el mes que siempre es más alto, no ayuda a los que prefieren ignorar la realidad.

Tal vez, cada vez más sean los que miran la política como un mundo ancho y ajeno. Y tan ajeno que Milei los quiere polarizar con todos. Dice “casta” y mete todo en la misma bolsa. A Milei no sabemos cómo le irá, pero sí que tiene de dónde agarrarse y por qué.

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