

Su papá se cansó y lo apretó: “Tenés que decidir si vas a jugar o si vas a venir a trabajar conmigo. Si apostás por el fútbol, que sea un año y, si no sale, te venís”. Diana escuchó la apuesta y salió a bancarlo.
“Nadie lo bancó y lo acompañó como la madre”, repiten sus técnicos de El Torito y de Rosario Central. La casa siempre había sido un clásico: papá de Newell’s y ella, de Central. Desde pibe, había colonizado a Ángel con los colores.
Seis meses después del anuncio del deadline, a Ángel le apareció el Ángel para su soledad. Ángel Tulio Zof, inmortalizado como Don Ángel, es uno de los máximos ídolos de la biografía canalla.
Campeón como entrenador de los torneos del 80, del 86/87 y de la Copa Conmebol de 1995. Conocía al club como si fuera el jardín de su casa. Una tarde, fue a ver a su pequeño tocayo. Fideo era titular en dos categorías más grandes que las que marcaba su edad. La rompió. Lo pasó a AFA. Por cuatro partidos. Hasta que le anunció que de ahí en adelante se sumaría a la Primera. El 14 de diciembre de 2005, contra Independiente, faltando 15 minutos, Zof lo hizo debutar por Emiliano Vecchio. En julio de 2007, con apenas 36 partidos, el Benfica puso 6 millones de dólares y se lo llevó.
Di María encuentra una sola explicación al despegue: “Me pusieron ahí y la verdad es que me tocaron con la varita”. Hay más. Porque los entrenadores que lo habían marginado en la liga rosarina le pidieron disculpas por el error. Fideo necesita caricias. Porque al llegar a Primera lo apretó la barra, le marcaron que debía cambiar su representante, olió a que todo había sido una trampa y se plantó y dijo que no. Porque en esa decisión los más grandes del plantel se dijeron: “No sólo le sobran pelotas para encarar en la cancha”.
Una fiesta de globos y de papelitos. El grito de volveremos como en el 86 todavía era un aliento y no un pase facturas. Era 25 de mayo de 2006 y la Selección de José Pekerman se despedía, en el Monumental, antes de irse al Mundial de Alemania. Con tres goles de Rodrigo Palacio y uno de Javier Saviola, vencía 4 a 0 al Sub 20. Al volver del amistoso en el que había oficiado de sparring, los amigos lo picaban: “Sos un cagón, no encaraste nunca”. Ángel se sacaba: “Me dijeron que no fuera para adelante”. Su problema era que su brillo no lo había visto casi nadie. En una práctica, unos días antes, los juveniles habían tenido una tarde mágica de esas que nunca se celebran. Habían vencido 1–0 a la Mayor. Di María había metido un golazo. Tan grande que Juampi Sorín, capitán, tuvo que bajar la calentura por el mal rendimiento, se acercó y lo felicitó. Desde ese día hasta quince años después, nunca más lo pudieron sacar del Predio de Ezeiza.
Como en el Maracaná quizás hoy sea su día.