Llegamos, Mundial

Deportes 27 de noviembre de 2022
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El duelo fue el de más espectadores desde que empezó la Copa: 88.966 espectadores.  La tensión en el ambiente por momentos fue tanta que, luego del segundo gol argentino, Scaloni rompió en llanto. Antes, tras el tanto de Messi, le había sucedido lo mismo a Pablo Aimar. En el caso del ex jugador de River, muy probablemente las lágrimas hayan tenido que ver también con el repentino fallecimiento de su madre hace un mes. 

Él está ahí. Con Di María como su eterno ancho de basto. Peleando para no sucumbir ante una carrera eterna. Dicen que para jugar de verdad hay que poseer una idea para que, en el caso de que pierdas, te quede algo. Eso está claro. La única razón, es que Messi jamás se dará por vencido.

Pidió confiar. Si algo no quería perder era el cariño al equipo. Ni la pavada de los mufas ni ser visitante en Catar: los mundiales ocurren con los dientes apretados y un cagazo inconmensurable. El posmodernismo le inventa roles a quien no los tiene. Los documentales confunden. Esto es un juego. México se propuso el empate. Tres defensores centrales para custodiar al 10 y a Lautaro Martínez. Argentina no halla espacios y no conquista los vacíos. Pensar y pensar y pensar. Hasta que el 10 regresa a la fórmula que le inventó Pep Guardiola: vaciar la zona para salirse de la referencia. Si hace falta, irse lejos del arco. Construir. Arribar desde atrás hacia adelante. Primero, la falta del tiro libre. Segundo, la misma situación del gol. Esto se juega con los pies y con la cabeza. Súbanse al ring y sáquenle el cinturón al mejor del mundo.

En 2006, por los octavos de final del Mundial de Alemania, Lionel Scaloni fue titular, escuchó el himno y se preguntó qué mierda hacía ahí y no en su casa. Iba el suplementario. Messi se la abrió a Juampi Sorín. El lateral izquierdo se la cruzó a Maxi Rodríguez. Que la calzó en el aire y la clavó en el ángulo. Todavía no era el 10, pero corrió a festejar. Se cruzaron los Lioneles y se alzaron en el aire para festejar. México era el rival. La posibilidad de la hoguera funcionaba como el precipicio. Intentarlo dio la respuesta. Una y mil veces. Con arte, que en el fútbol, significa golazos.

Enzo Fernández tiene 21 años y, junto con Thiago Almada, son los futbolistas más jóvenes de la lista de 26 apellidos que convocó Lionel Scaloni para el Mundial de Qatar 2022.

Al volante no lo impresionan los escenarios ni los desafíos, porque desde que era un adolescente se impuso metas y realizó un meteórico avance hacia la cima: las divisiones inferiores de River, Defensa y Justicia, el regreso a Núñez, la partida a Benfica, la selección. Una vida pasó en un puñado de años por delante de un jugador que no se encandila con las luces.

La Copa del Mundo es el máximo torneo al que aspira un jugador y el músico, con su estilo desenfadado, logró que la orquesta afine mejor. Con su entrada, en el segundo tiempo, modificó el desarrollo y consolidó la victoria 2-0 frente a México: sacó el equipo más adelante, tuvo claridad y precisión para descubrir al compañero, tocó y en el siguiente movimiento se ofreció como descarga, aseguró el manejo de la pelota y selló una producción consagratoria con un gol.

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No se trata de pensar en que Messi salve Argentina. Sino que a estos eventos, los inventaron para los cracks. Los de verdad. Capaces de jugar hasta el último aliento. De agarrarla afuera del área, de acomodarla contra la red, de apretar el puño, de decir vamos juntos y de festejar lo que el corazón aguante. Las opiniones no importan. Lo que vale es el amor por el Mundial.

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