Los límites de administrar la crisis permanente

05 de mayo de 2022
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El país está estrangulado entre la deuda, el déficit, la pobreza y la parálisis de una dirigencia mancada por la polarización y el instinto de supervivencia. El mundo está quebrado por una nueva reconversión del capitalismo, con sus rebotes sociales y geopolíticos. El planeta está quemado por el agotamiento de los recursos naturales y sus efectos climáticos pero todavía podemos emplear nuestra capacidad tecnológica para hacer más eficiente el uso de recursos y gestionar una regeneración de zonas verdes. Hay esperanza. 

Con democracia, obviamente. Sin embargo, este momento de intensa libertad, no luce como el mejor de la democracia.

La democracia no puede esperar eternamente una sociedad justa. Ella es la encargada de fabricar a su propio pueblo. Lo hizo. Pero ya no un ciudadano burgués. Hoy ese sujeto es pobre, violento, frágil e hiperactivo, individualista, egocéntrico y en deconstrucción, constantemente crítico. Un ser saturado de información que apenas puede procesar.

Entonces…¿Cómo decirle que hay que emitir menos carbono?
Mientras tanto las corporaciones disponen de medios sin precedentes para monitorear y reconducir. ¿Cuánto hace que una cuestión no se resuelve claramente? ¿Cuándo terminaron la crisis de 2008, o el Estado Islámico, o la pandemia?

Esas frustraciones nos alimentan y se necesitan excusas y culpables. Pero el planeta se quema, el país se estanca y esta democracia ya no sirve. Decirlo en medio del momento autoritario que nos envuelve puede ser contraproducente. Ante esa amenaza, es inevitable asustarse y salir a defenderla, mantener el statu quo.

Ni Bolsonaro ni Le Pen, se molestan ya en teorizar contra la democracia. No se concibe mejor expresión de la libertad que difamar, agredir, discriminar y reprimir a los demás. El día que los problemas sin resolver lleguen al techo, será el puente al peor autoritarismo: el autoritarismo de todos.

Si todavía tenemos alguna esperanza en la democracia como concepto debemos inventar una que sirva. Fueron años duros. Sobre todo de indolencia. Y vaya que nos afectó. La dificultad de buena parte de los funcionarios, de asumir el dolor de la población, que durará años, y expresarlo de manera clara. La muestra más feroz, fue el cumpleaños de la pareja del presidente. Pero no fue la única. La reacción masiva de todo el oficialismo frente a los pedidos, demagógicos, de que bajen los sueldos y, sobre todo, los argumentos utilizados, dan cuenta de ese mismo fenómeno.

Vimos, encerrados, a personas  que se auto representaban como guerreros de vaya a saber qué, cuando para cualquier normal, era evidente que la mayoría hacía esfuerzos más grandes. La indolencia fue y es una práctica consolidada que pulverizó la identificación política.

Esa indolencia también se percibía en los trabajadores de aquellas instituciones con tenemos por fuerza que interactuar. Prácticamente todas las familias, se las tienen que ver con algún organismo público.

El destiempo también es un pecado en la gestión. Los gobiernos se casaron con épicas que fueron razonables durante minutos y no fueron capaces de registrar cambios de humor durante meses. La alegría por obtener vacunas continuó siendo festejada cuando esas vacunas no llegaban.

En algún momento eso se convirtió en una especie de broma: la campaña, que de todos modos fue fenomenal en términos regionales e internacionales, quedó tapada por un discurso opositor que la negaba y uno oficial que directamente negaba lo que estaba sucediendo.

El sistema construido desde el 2001, administrar las crisis, no solucionarla, sigue vigente. El espectáculo televisado para todo el país son cortes que le joden la vida a medio mundo. Una imagen en la que se ven hombres y mujeres pobres que le ponen cara al “negocio de los derechos” 

El fondo de estas verdades a medias: podes trabajar y ser pobre, ya el trabajo no garantiza ni siquiera eso 

Milei es la sangre prometida de un 2001 pendiente: la amenaza de romper el orden que ese mismo estallido creó. ¿Populismo? Ahí tenemos populismo: “pueblo” versus “casta”. Pero frente a esta moda de encuestas cabe preguntarse qué límite encontrará en la sociedad argentina esta energía de frustración.

Por ahora todo pasa, y nada es un techo en el hambre de castigo que una parte de la sociedad tiene.

 

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