Las cartas sobre la mesa

Alberto y Cristina demoran la tregua y ajustan sus tácticas para el 2023.

El País 27 de marzo de 2022
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Cristina aparece dispuesta a recibir un llamado que Alberto no hizo ni tuvo ganas de hacer. La percepción de que el teléfono roto entre el presidente y la vice es un problema que todo lo paraliza, no es la que ellos comparten. Alberto descubrió cierta comodidad en no tener que consultar o escuchar a su vice. Cristina asume que si sus aportes no son tenidos en cuenta no tiene sentido la conversación.

La marcha multitudiaria de la ex ESMA a Plaza de Mayo, de una columna que encabezó La Cámpora y juntó unas 60 mil personas, rebotó en la convivencia del Frente de Todos. No hubo carta ni discurso de Cristina ni renuncias, pero hubo una movilización que funcionó como mensaje teledirigido al Presidente.

En política la necesidad de tener un relato es ley. En la lectura de los nombres de las firmas de “las dos cartas” se vivió el verdadero efecto político: las tensiones de una “lealtad intelectual” que se presenta ahora como hija de padres separados. Las misivas parecerían ceñirse sobre los usos de una palabra vidriosa, “moderación”, o las omisiones: unos dicen a los otros no haber nombrado al macrismo. Las cartas parecen más un ajuste de cuentas de teoría, que “abiertas” a la profundidad de dónde está parado el país: la inflación, la restricción externa, la pobreza, el agotamiento de recursos, con las ideas concretas que pudieran empezar a sacarlo de ahí. 

Pero quizás lo que cruje entre cartas, marchas, lealtades cruzadas, victimizaciones, negociaciones y operaciones entre bandos oficiales es un modelo de gobernabilidad creado, justamente, en 2002: el modelo de gestión duhaldista. Una forma de gobernar desde la supremacía bonaerense: el país y el peronismo son conducidos desde la Provincia de Buenos Aires; y con el clásico triángulo de retenciones al agro, políticas sociales y el mercado interno que se pueda.

Un bipartidismo reducido al AMBA. Un tapón que parece hacer imposible para las dos “coaliciones” aquella excepción de la política argentina que hizo factible el ascenso de un Carlos Menem o un Néstor Kirchner: construir un liderazgo desde el interior profundo. De la periferia al centro. La herencia dura del modelo duhaldista donde gobernar la Argentina es gobernar el Conurbano, y que fue achicando a un país que, efectivamente, es más grande que el Área Metropolitana de Buenos Aires. Y en simultáneo la pregunta que despunta tras la marcha del 24 y frente a la multitud que Máximo Kirchner convocó a su alrededor: ¿qué hacer con ese capital político acumulado? 

Mientras tanto, los interesados consumieron algún informe que revela acaso la punta del iceberg de un intríngulis que se incuba y que sólo se podría graficar así: esa encuesta que todos leyeron donde Milei alcanza un 20% de apoyo nacional. Más o menos creíble, como un fantasma demasiado agitado, pero muchos tuvieron esta semana por un rato el culo en ese hormiguero. Hasta el macrismo.

Como se contó acá, la convocatoria a primarias universales fueron un factor crítico en la relación entre los Fernández. Un eventual repliegue, con votación anticipada incluida en la provincia de Buenos Aires, puede romper ese juguete. Una lectura en el gobierno es que el kirchnerismo se consolida como espacio ambeño, sobre todo bonaerense, lo que condiciona los movimientos de los jefes territoriales pero que su despliegue en el interior se deterioró.

Bolsonado creció 12 puntos cuando empezó a mejorar la economía, Macrón subió de 26 a 38 por su rol como conciliador en la guerra, los que dan por perdido a Alberto se apuran. Tiene casi 40 de positiva, no es Piñera que llegó a la elección con 11 puntos de imagen, aseguran desde el gobierno.

Todo se mueve en clave 2023, aunque falte mucho. O no tanto. Lo cierto es que la mejor carta es la que duele escribir.

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