

El fenómeno conocido como oscurecimiento oceánico ya afecta más del 20% de la superficie oceánica global. Al reducirse la profundidad a la que penetra la luz solar, afecta la biodiversidad marina.
Rara vez se aprecia a simple vista, pero este cambio está en marcha. Durante los últimos veinte años, el color de los océanos ha ido cambiando lentamente. Y si el agua parece oscurecerse, no es solo cuestión de estética.
Este fenómeno se debe a una preocupante transformación del clima y la vida marina. Un equipo de científicos de la Asociación de Biología Marina y la Universidad de Plymouth (Reino Unido) arrojó luz sobre este desarrollo en un estudio publicado recientemente en Global Change Biology. Tras analizar dos décadas de imágenes satelitales, los investigadores observaron una disminución significativa de la claridad de las aguas marinas.
Este fenómeno afecta directamente a la llamada zona fótica, la capa superior del océano atravesada por la luz solar. Es en esta zona donde se produce la mayor parte de la fotosíntesis marina, gracias a la acción del fitoplancton. Este proceso es la base de toda la cadena alimentaria marina, así como de la producción de oxígeno a escala global.
Más del 21% de los océanos experimentaron un oscurecimiento visible. Y los hallazgos van más allá: en algunas zonas, la luz ahora solo penetra a profundidades mucho menores que antes. En las regiones más afectadas, la profundidad de esta zona fótica ha retrocedido más de 50 metros, el equivalente a un edificio de 15 pisos. Y en el 3% de las aguas analizadas, el descenso supera los 100 metros. Estas cifras demuestran que no se trata simplemente de una tendencia local, sino de una transformación estructural del océano global.
Las causas de este fenómeno son múltiples, pero tienen algo en común: todas están vinculadas a las actividades humanas y a los efectos del cambio climático como el crecimiento descontrolado de algas, que bloquean la luz, el aumento de la temperatura superficial, que altera la circulación de nutrientes, la creciente presencia de contaminantes (microplásticos, materia orgánica) que alteran la claridad e incluso, en algunos casos, luz artificial vinculada a las actividades costeras.
Ello hace que el agua sea más densa, menos clara y empobrece las zonas donde penetra la luz, comprometiendo el delicado equilibrio de la vida marina.
Menos luz implica menos fotosíntesis y, por lo tanto, menos producción de oxígeno. También implica condiciones menos favorables para muchas especies que dependen de la luz para desplazarse, reproducirse o alimentarse.
El Dr. Thomas Davies, coautor del estudio, señala que esta situación podría tener consecuencias a largo plazo para la biodiversidad marina, pero también para la humanidad. Una parte importante del oxígeno que respiramos se produce en los océanos mediante microorganismos fotosintéticos. Dependemos de la salud de los océanos para nuestro clima, nuestra alimentación y nuestra supervivencia. Si desaparece la luz, se altera toda una parte de la vida marina", concluye.
A ello se suma el problema alimentario: la pesca, ya debilitada por la sobrepesca y la contaminación, podría verse aún más afectada si ciertas especies de peces migran o desaparecen de las zonas afectadas.
El océano, a menudo considerado un recurso inagotable, muestra signos visibles de su vulnerabilidad. Y este oscurecimiento gradual, aunque sutil, es una advertencia.