Con el corazón
01 de febrero de 2024Milei parece haber ingresado en tiempo récord en una situación de la que es difícil salir bien parado. Pasó de amenazar con plebiscitos para aprobar las leyes, a ceder desde un gobierno que dice escuchar a los que piensan diferente.
Pasó de maldecir a la casta a sospechar de los funcionarios que él mismo eligió. El verano es el tiempo donde todavía se responde con el corazón. Debatir sin el dictamen, dolarizar sin dólares, crecer sin dinero. El ajuste lo hacen, hacemos, la gente, los comunes. Luego se desayunarán que sus votantes, no están del todo contentos. No percatan que la luna de miel con el 56% no es eterna. Demasiado amateurismo y recién empieza febrero.
El cambio de estrategia obligado busca eludir la derrota a la que el oficialismo iba directo. Pero además hace explícito el abismo que separa los deseos del presidente argentino de las posibilidades concretas que tiene de avanzar en los tiempos y las formas que se fijó como objetivo.
Con la acelerada licuación vía inflación del presupuesto de jubilaciones y asignaciones, que representan casi dos tercios del gasto, ya están haciendo un ajuste monumental y tienen por delante el tarifazo vía reducción de subsidios. A eso, le van a sumar el fuerte aumento de la recaudación que les ofrenda un año sin sequía. Y las promesas de privatizaciones y Anses.
Sin embargo, el ida y vuelta permanente, la improvisación, empiezan a generar un deja vu entre los actores del poder que abonan la aventura de Milei. Traicionar las expectativas del mercado puede salir caro. Mauricio podría escribir un libro sobre el tema. Las próximas horas van a ofrecer indicios de cuánto le cuesta a Milei su marcha atrás.
Milei, que lo dinamita todo con cada decisión, solo tiene para ofrecer un cielo diferido a 35 años. La vertiginosa carrera del profeta de la dolarización hacia el poder se dio en medio de un espiral inflacionario que un sistema político en ruinas potenció bajo el supuesto de que la sociedad aguantaría todo.
Milei tiene como principal soporte a los que todavía le dan crédito amparados en los fracasos previos y como principal beneficiario a muchos de los empresaurios que criticaba en su tiempo de outsider. La violenta transferencia de ingresos que llegó con el cambio de gobierno no espera a que reúna los votos para un dictamen.
Mientras, una parte de la clase media que se empobrece, preocupada por la pobreza mientras agita números altísimos de la misma, está dispuestos a bancar la aventura económica, que a simple vista no tiene ni pies ni cabeza y va a sumar cada vez más pobres, con tal de confirmar y creer que no se equivocaron a la hora del sufragio. Era necesario y lleva tiempo. Tal vez esa porción que detesta todo lo que huela a pasado reciente sea capaz de sostener económicamente estos primeros tiempos.
Los votantes ya no sólo están bancan de palabra, sino sostienen la esperanza sobre un presidente electo que agitó una motosierra como símbolo de recortes. Como si durante un breve lapso la política les hablara con el corazón y ellos contestarán con el suyo.
Hasta cuándo y cuánto están dispuestos a padecer es la gran incógnita con un gobierno que desde el vamos fue claro en advertir que venían tiempos duros. Pero también esa dureza encuentra un límite en sectores que ya no cambian solo de marcas de bronceadores, sino quizás no coman. El oficialismo tiene soga.
Mientras tanto la promesa de Milei es de un mercado libre en un país que, en la práctica concreta, nadie cree. Todos están acostumbrados al Estado como benefactor o fuente de negocios.