


Los álbumes volaron de los kioscos a pesar de que su valor, no era precisamente una oferta. Con los sobres (150 pesos por cinco figus) ocurrió otro tanto.
Con la desesperación de los coleccionistas como caldo de cultivo, cundieron las propuestas: por ejemplo, la figurita de Messi a cinco mil pesos en MercadoLibre o la oferta mayorista de Panini (la empresa italiana que fabrica la colección y tiene un contrato de exclusividad con FIFA desde 1970), que te dejaba el álbum de tapa dura más cien paquetes a 17.100 pesos, aunque también se agotó el stock.
El furor por las figus, obedece a que, al clásico atractivo del ritual deportivo que se repite cada cuatro años, esta vez hay que añadirle el rendimiento de la Selección, que viene de ganar la Copa América después de 28 años sin títulos.
Los más esperanzados predicen un lugar seguro en la final de Qatar para el equipo que conduce Lionel Scaloni. Además, es muy factible que Lionel Messi, máximo héroe futbolero de estas costas, les diga adiós a los Mundiales el próximo noviembre. En junio cumplió 35 años. Este hecho da al torneo cierta melancolía anticipada algo que sin dudas influye en la pasión de los hinchas.
El mercado global de figuritas, a partir de un estudio de Research & Markets, movió 13.800 millones de dólares en 2019. Y se espera que el negocio trepe a 98.750 millones en 2027. El monopolio de Panini y su discrecionalidad para establecer precios hicieron que la aspiración de completar el álbum de Qatar requiera una inversión descabellada e inaccesible. Sin hablar de la circulación paralela y remarcada –nuestro querido mercado negro– propiciado por el desabastecimiento.
El ingenio, el esfuerzo y los contactos para el trueque son fundamentales. Además, de este modo el asunto tiene un costado más participativo y desafiante. Así lo entendieron los hermanos Di Pietro, los primeros argentinos en llenar el álbum, a solo una semana de su lanzamiento. En una entrevista con el diario deportivo Olé revelaron que gastaron apenas 16.500 pesos, amable donación de la familia. Lo demás fue “saber cambiar”. ¿Cómo lo hicieron? Con una cuenta de Instagram, a través de la que canjearon 300 figuritas en solo tres días.
En los acontecimientos deportivos relevantes, se acostumbra a atesorar algún recuerdo tangible, el brillo del póster, todavía cotiza. En tiempos en que las revistas ralean y la información se concentra en la superficie de las pantallas, quizá este álbum haya tomado el lugar documental que antes ocupaban otras publicaciones.
Con esta nueva significación, las figuritas perdieron por completo su dimensión lúdica. Alguna vez, en los recreos escolares, se libraban encarnizados duelos de destreza.
Las figuritas de Qatar son una parte del engranaje de merchandising en el que el fútbol cifra buena parte de sus expectativas comerciales. Se trata de objetos que circulan por el mundo, funcionan como representaciones de los clubes y motorizan la expansión del mercado. Los cambios en las camisetas son tal vez la expresión más visible de esta dinámica: lucen los más diversos colores, en su mayoría alejados por completo de la paleta original, porque la idea es renovar modelos lo más rápido posible. En épocas románticas se decía que los futbolistas verdaderamente comprometidos con su club jugaban “por los colores”. Seguro que Nike tiene otra interpretación de esa frase.
En el fútbol parece un bazar en el que todo está a la venta. Hasta la sede del Mundial, como quedó a la vista cuando se eligió a Qatar, hoy epicentro del gran circo de la pelota. Si sigue el camino de las figuritas, la Copa 2022 será el máximo éxito de público del que se tenga memoria.



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