Ucrania: las mujeres y la guerra

El papel de las mujeres durante y después de una guerra es casi siempre dramático. Las ucranianas que se marchan hoy de su país lo hacen dejando una vida entera construida.

08 de marzo de 2022 *Ana María Jara Gómez
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Cosificación de la mujer en la guerra

Un superficial vistazo a la extensa literatura sobre las últimas guerras avala la tesis de la específica posición de la mujer en los escenarios bélicos, su cosificación, su salvaje instrumentalización y su sistemática desconsideración omisiva en los tribunales y en los análisis postconflicto.

Las mujeres que hoy están envueltas en la invasión rusa de Ucrania eran, hace apenas unos días, periodistas, profesoras, cantantes, funcionarias, ministras, bailarinas, amas de casa, youtubers, más o menos creyentes. Eran lectoras, feministas, cinéfilas, veganas; cosmopolitas unas, hippies otras, rurales, urbanitas o punkis, pobres o adineradas, con orientaciones sexuales diferentes. Muchas eran estudiantes de las que hacen preguntas o atienden en silencio, más o menos ingenuas, políticamente conservadoras o progresistas.

Eran mujeres con una identidad determinada y plena, compuesta de muchos elementos vitales, proyectos y sueños cumplidos o en ejecución que han quedado temporalmente suspendidos y quién sabe si total e irremediablemente perdidos. Cada identidad individual nos aleja del relato colectivo, pero la guerra concede el alarde de simplificación que permite distinguir entre las mujeres que se marchan de Ucrania y las mujeres que se quedan.

Mientras lo logrado se tiene que abandonar, lo nuevo se abre paso: el miedo, el trauma, la pérdida, en algunos casos será el horror en forma de violaciones continuadas, prostitución forzada o abusos de toda clase. El tiempo que va pasando aleja la posibilidad de que vuelvan a ser lo que fueron.

Las mujeres que se marchan para salvar a sus hijos pronto se darán cuenta de qué supone ser una refugiada en Europa. En muchos casos, la guerra matará a otros: sus hijos, sus maridos, sus padres y madres. Las que se quedan, ya privadas de sus trabajos, sus casas, sus amigos y familias, ven acercarse la tortura y la muerte.

Ante nuestros ojos aparecen víctimas, algunas de las cuales serán sometidas a sufrimientos específicos de su género, como ya ocurrió en tantos conflictos en el pasado. Otros relatos y documentos deberían tener cabida donde las voces femeninas no se diluyan en el ámbito pretendidamente masculino de lo político-jurídico. ¿A nadie ha llamado la atención la práctica ausencia de mujeres en las mesas de negociación previas al conflicto, en toda aquella profusa “vía diplomática”, en los actuales intentos de negociar las treguas, por ninguna de las partes? Ni negociadoras, ni mediadoras, ni firmantes.

La posguerra, y las penurias que conlleva, permitirá tal vez ver a las supervivientes sin reducirlas a víctimas, construyendo en el centro de la destrucción. En Kosovo, donde se ignoraron también las resoluciones de la ONU sobre mujer, paz y seguridad, existen grupos de mujeres que luchan contra la supresión de las voces femeninas. Un referente de enorme relevancia es la Women’s Peace Coalition, que atraviesa todas las barreras y divisiones estatales, nacionales y étnicas.

Las mujeres que forman parte de ella, albanokosovares y serbias, hacen algo que nadie más en sus países ha sido capaz de hacer hasta el momento: trabajan juntas. Incluso en la aldea kosovar que sufrió una de las masacres más horrendas en 1999, en la que murieron casi todos los hombres, y en un país en el que menos del 10 % de las mujeres son la principal fuente de ingresos de sus familias, una mujer pasó de vender adobos por las ferias a convertirse en la cabeza de una próspera cooperativa agrícola, gestionada completamente por mujeres.

No deja de ser desalentador que las mujeres ucranianas puedan repetir hoy lo que Hannah Arendt escribió en 1943:

“Perdimos nuestro hogar, es decir, la cotidianeidad de nuestra vida familiar. Perdimos nuestra ocupación, es decir, la confianza de ser útiles en este mundo. Perdimos nuestra lengua, es decir, la naturalidad de las reacciones, la simplicidad de los gestos, la sencilla expresión de los sentimientos… Nos hemos convertido en testigos y víctimas de terrores peores que la muerte”.
Todo ello, en medio del silencio jurídico y la desconsideración política reinantes ante la situación –una verdad de hecho– de las mujeres en guerra. Lamentablemente, cada día estamos más cerca de confirmar la sospecha de la propia Arendt de que “el compromiso con la verdad de hecho es una actitud antipolítica”.

Quizá por eso resulte inaplazable encaminar nuestras fuerzas a evitar el juego de las emociones, encarando una reflexión rigurosa y exigente sobre la situación de la mujer en el escenario de la guerra. Quizá por eso hayamos de intensificar la lucha contra el engaño y la mentira en política. Quizá por eso es urgente de combatir la simplicidad de la propaganda en la guerra, apostando eficazmente por una prensa libre y no corrompida. Quizá por eso, y sobre todo por eso, resulte obligado un firme compromiso ético frente a la expansión del autoengaño.

*Durante varios años, ocupó  los cargos de Human Dimension Officer de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Kosovo y Human Rights Officer en la Misión de la OSCE en Bosnia y Herzegovina.

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