08 de septiembre de 2022

Todo sigue igual

Ahí camina la democracia, mientras, los estados de guasap y los mensajes alternan entre las solemnidades, los repudios, las teorías paranoicas y mucha gente de a pie pregunta por los tiros con los que convive a diario. Lo que pasó sucede y sobresalta en una sociedad en la que muchos ven pasar fierros a diario y en los que la crisis no da tregua al bolsillo.

A Alfonsín un tipo le gritó que tenía hambre (y él le dijo que no le iba tan mal, gordito), a Macri un obrero de la construcción lo increpó en un acto, lo tomó del brazo. No hubo presidente sin alguno de esos zamarreos, las seguridades presidenciales siempre tiene algo de salto sin red por más que se ajusten mil detalles. Kirchner lo hacía al revés: se tiraba de palomita al fondo del hervidero en cada acto a ver qué pasaba ahí, y de paso esquivaba los terrenos visitantes. No hay política sin exposición. No hay exposición sin riesgo. A Cristina en Harvard la chucearon fiero. Eran chicos ilustrados. Y eran argentinos.

Pero acá pasó algo que nos hizo estallar. A Cristina casi la matan ahí, en la zona de riesgo, a la que probablemente no renuncie. Hay ucronías memorables: si ganaba la Unión Democrática, si le anulaban el gol con la mano a Maradona. Quedará para siempre la ucronía: ¿qué hubiera pasado si esa bala salía?

Estuvimos a milímetros de la muerte y a milímetros de que se termine el país que conocemos.

Un episodio inquietante se dio el 18 de agosto. Gerardo Milman, asesor de Bulrrich, presentó un proyecto. Uno de los co-firmantes fue Francisco Sánchez, relacionado con el grupo Revolución Federal del que participaba la novia de Fernando Sabag Montiel e impulsor del pedido de pena de muerte para Cristina. A continuación, los párrafos finales del premonitorio texto presentado por los legisladores de la oposición:

La aparición de testigos protegidos en el juicio contra las maniobras fraudulentas de Milagro Salas, hace que se nos ponga la piel de gallina de solo recordar aquél jubilado de gorra que testificó contra otros demonios de la época.

También, o casualidad, aparecen las amenazas a periodistas independientes, por parte de otros que se autoperciben periodistas pero que en realidad son mercenarios de la palabra, pretendiendo acallarlos con la misma intención de poder tapar el sol (de la Verdad) con la mano (de la Mentira).

Las fuerzas de seguridad, y el ministro que las comanda, deben estar atentos, y no pueden hacerse los distraídos como en el caso Nisman, y actuar preventivamente en la preservación de la integridad física de fiscales, jueces, testigos, periodistas y hasta la Vicepresidente de la Nación.

No vaya a ser que algún vanguardista iluminado pretenda favorecer el clima de violencia que se está armando, con un falso ataque a la figura de Cristina, para victimizarla, sacarla de entre las cuerdas judiciales en las que se halla y no puede salir, y recrear un nuevo 17 de octubre que la reivindique ante sus seguidores.

Me pregunto si esa violencia se concretaría como la respuesta de las falanges kirchneristas ante la posible sentencia adversa de su líder enjuiciada. El 17 de octubre de 1945 es historia y no tiene paralelismos con la actualidad, salvo por el peronismo.

Sin Cristina, hay peronismo. Sin peronismo, sigue habiendo Argentina.

Hay un elemento que hay que tener en cuenta para analizar lo sucedido.
Argentina vive un clima de tensión política a veces irrespirable, donde los insultos y agresiones cruzadas son diarias, pero siempre canalizado institucionalmente. Cristina y su dispositivo de cercanía tienen mala suerte: son los únicos con quienes el sistema hace excepciones. El ataque a su casa de Santa Cruz, las ocho indagatorias en un día, la vigilia con insultos en su departamento de Juncal, los piedrazos a su despacho en el Senado, el explosivo en un local de La Cámpora en Bahía Blanca o el intento de asesinato del jueves reflejan que es la vicepresidenta la receptora de esas medidas de acción directa.

Aca Mariana Moyano razona: “El enemigo de Bannon no es uno que grite más fuerte que Bannon. Es uno que no grite. La oposición a la radicalización es su matriz opuesta: la que no radicaliza. Por eso el mayor enemigo de Bannon es el Papa Francisco.”.

La sociedad no sabe, por suerte, dónde viven Horacio Rodríguez Larreta, Bullrich o Macri. Sí María Eugenia Vidal porque multiplicó los dólares como Jesús los panes. Y por suerte, los medios no difunden la dirección de sus casas como sí ocurre con la vice. Esa situación irregular y permitida por acción u omisión por todo el sistema político y empresarial encontró un límite el jueves. Ni la oposición ni en el establishment parecen advertir que, en algún momento, el peronismo va a empezar a defenderse. Hay urgencias vinculadas al incendio que se evitó por una milagrosa y afortunada torpeza en la manipulación del arma que apuntó a Cristina.

Nos enseñaron que la grieta es un ecosistema, que va de abajo hacia arriba ¿Algo puede cambiar? ¿O todo va a seguir igual pero más hecho mierda? ¿Esto es un quiebre de la polarización? No parece. No hay un botón antipánico que desactive esto. 

La competencia por responder a una base cada vez más radicalizada en la oposición no es gratuita. La pregunta sobre lo que podría haber pasado si el desenlace del jueves hubiera sido otro debería llamar a la reflexión. El fuego, si te acercás mucho, quema.

La única figura totémica que tiene la Argentina estuvo a nada de ser asesinada en televisión abierta y el kirchnerismo no prendió fuego ni un tacho de basura. El discurso leído en Plaza de Mayo por Alejandra Darín hizo un llamamiento “a la unidad nacional”, pero no a cualquier precio: “El odio, afuera”.

Brasil es un ejemplo de interés, también, para aquellas expresiones que, posiblemente especulando con algún rédito electoral, decidieron evitar el repudio al ataque contra la vicepresidenta en su carácter de acción motivada políticamente. Antes de que, con buen criterio, la periodista Luciana Geuna interrumpiera la diatriba de Martín Tetaz negando los elementos de gravedad política del ataque, el diputado repasó expresamente la analogía con la puñalada que sufrió, durante la anterior campaña presidencial, Jair Bolsonaro, para negar que el hecho de “violencia individual” reflejara un clima de violencia política que escala. 

En frío, vale la pena recuperar el argumento. No sólo en Brasil hay signos preocupantes de grave violencia política sino que estos han sido recurrentes desde que, seis meses antes del gravísimo episodio sufrido por el actual presidente, desconocidos “individuales” balearon la caravana del ex-presidente Lula, en un hecho que de milagro no dejó heridos. Otro episodio inolvidable es el asesinato de Marielle Franco. A pesar del tono de suficiencia de Tetaz, los riesgos para la democracia han sido, desde aquel momento, muy concretos. Brian Winter, uno de los periodistas extranjeros que mejor conoce Brasil, e insospechado de inclinaciones populistas, advierte en la última edición de Americas Quarterly sobre la posibilidad de una crisis electoral inminente en caso de una derrota de Bolsonaro. Señala Winter que muy difícilmente un Bolsonaro derrotado, pero con apoyo de algún sector de las fuerzas armadas y las fuerzas de seguridad, entregue el poder de forma armónica y voluntaria, y apueste en cambio por denuncias de fraude análogas a las que realizó Donald Trump tras ser derrotado por Joseph Biden.